¿Qué quiere decir agosto, el mes que establece el imperio de Octavio sobre los días? Agosto es la joya decadente del verano, la corona de un rey de calor y de tiempo libre. Eso era, al menos, durante la infancia, cuando el tiempo se acercaba a la eternidad y cada jornada poseía horas de sobra para ensayar, probar, equivocarse, volver sobre lo hecho e acometer nuevos errores.
Sé lo que hicisteis en el último agosto, dirían ahora en las carteleras de cine, cuando la sala de proyecciones pasa a ser un refugio de fresca soledad. No sé si tendré tiempo de ir al cine –ni tiempo ni ganas, visto lo que ofrecen–. Porque el octavo mes del año ya no brinda ocio, como antaño, sino un vaivén de plaza en plaza, de norte a sur, visitado tanto por el Atlántico como por el Mediterráneo, de Pontevedra a Málaga, desde el poblachón madrileño hasta el confín almeriense.
¿Por qué escribes una columna a diario?, me preguntan en ocasiones. No es por qué, sino para qué. La respuesta correcta la dio Kafka, que interrogado al respecto dio en el clavo al afirmar: «Escribo para llegar a mañana». Y a mí, personalmente, me lo dijo Umbral, cuando él se encaminaba hacia una senectud que había postergado alterando fechas de nacimiento y conmigo aún joven y sin asomo de canas. Y Umbral me dio dos consejos, uno referente a las señoras y otro a la escritura. Revelo tan sólo el segundo. «Escribe todos los días. Sin excepción», me aconsejó. Y eso hago. Eso he hecho siempre. Ahora, en forma de columnas que lanzo a los vientos tan sólo para tener una razón, para poder levantarme, adelantarme al día, afilar la prosa, mantenerme en forma y que la invocación de la música de las palabras resulte eficaz y las frases salgan fluidas, ricas, fértiles. Las manos son las que escriben, más que el cerebro o el corazón. Las manos se posan sobre el teclado y danzan sobre él. Y el ritual funciona siempre. Siempre.
Eso seguiré haciendo en agosto, mientras los niños extienden los dominios de sus juegos por las piscinas y los adolescentes hallan los primeros besos bajo la complicidad de la luna. Sin embargo, siempre hay que parar. Descansar no equivale a no hacer nada, como bien nos enseña Sherlock Holmes, sino hacer cosas distintas. De modo que seguiré tocando diana antes de la amanecida y dándome al folio en blanco. Pero no desde la columna, sino desde la novela, que ya ha entrado en su fase final, la de la escritura, con un nuevo reparto de personajes que me ha elegido a mí como su hacedor. Dejo cinco columnas sosteniendo el cielo agosteño, limpias de actualidad, programadas para ver la luz en cada uno de los cinco domingos del mes que mañana empieza. Bueno, y os dejo mis libros, como es habitual, en los portales de edicionesevohe.com, letrasdealmagre.com y mvalera.es, aunque siempre dé arrobo esto de ofrecer lo que uno hace.
Nos reencontraremos en septiembre, si Dios quiere. Mientras tanto, que agosto os sea propicio, amigos míos. Leed, comed, bebed, reíd, morded, amad, soñad, vivid como si septiembre no fuese a llegar jamás, como si no existiese el fin de los días. Salud.