La puerta

Hay que cerrar la puerta, tal y como aconseja Stephen King. Es el único modo de escribir una novela. Cerrar la puerta. A todo. Que no entre nadie. Que no salgas tú tampoco. Cerrar la puerta es una metáfora que orienta hacia el aislamiento, la soledad, la tranquilidad, la ausencia de preocupación alguna –de ocupación, más bien–. Todo el tiempo. El único modo de hacer algo es verter sobre ese algo la absoluta plenitud de tus energías y tus recursos.

El teléfono móvil es una puerta. Por él se cuela mucha gente y se sale gran parte del calor y de la concentración necesaria. Pero entonces, ¿no vas a contestar a nadie?, me pregunta Paco. A lo imprescindible, a lo estrictamente necesario. ¿Y bajar a lo del bar? Si durante estas semanas bajo, para airearme un rato, será a algún bar de más allá, porque lo haré para descansar, para despejarme, y si me encuentro con los mismos de siempre para que me hablen de las mismas cosas de siempre, tú me dirás. No, no, bajaré solo, y andaré, pasearé con Yoda, como modo de mantenerme tonificado. Ya, ¿pero lo de la tele? Lo mismo: lo imprescindible, Paco, lo imprescindible.

Había pensado en la posibilidad de irme a una hospedería, ahí en la sierra, y someterme al horario de los monjes, acostándome tempranísimo, más aún de lo que suelo. Dejar incluso de leer, porque leer me mete en harina, me pone a tono, me ayuda a sintonizar, pero también es cierto que me pico con Delibes y Sapkowski y al final se me va el tiempo.

Te veo pensativo. No, es que he concluido que yo las novelas las tengo que escribir en diciembre, aunque emplee el resto del año en preparar, documentarme, organizar, conocer a los personajes, desarrollar tramas… Pero ese tiempo de cerrar la puerta del que habla Stephen King, el tiempo de la escritura en esencia, tienes que preservarlo como se cuida al tesoro del silencio cuando duermen los niños. No te puedes permitir ni siquiera la nostalgia o la tristeza, que también son formas de la pérdida de tiempo.

¿Tienes claro entonces todo? Sí. Todo. El planteamiento, el nudo, el desenlace. Me dijiste que tenías escrita hasta la frase final. Sí, es raro en mí, pero así es. Y el título, que tampoco suelo tenerlo hasta pasado mucho tiempo. Pero me falta sentarme, cerrar y entregarles a estas personas el tiempo que están requiriendo. El tiempo… que es tu tiempo. Pues claro, Paco. Eso es escribir: entregar tu tiempo, tu vida, a esos personajes, que, de algún modo, te viven a ti, eres vivido por ellos. Eso, y la soledad, que es el motor, la materia prima y la guía de todo este asunto.

¿Y merece la pena, Manuel? Pues yo qué sé, Paco. Eso ni me lo planteo. Es lo que tengo que hacer y lo hago. Ves el mundo, lo analizas, te sientas a escribir y lo que haces es interpretar, dar tu versión, escribirte, y en ese escribirte los escribes a ellos, que nunca he sabido bien de dónde vienen, por qué vienen, a qué vienen.

¿Y la columna diaria que subes a las redes, como esta misma? Tendrá que esperar, Paco. ¿Y la que ibas a escribir sobre el enchironamiento de Sarkozy, o sobre la espalda, o sobre el aburrimiento, o sobre la tele, o sobre el hecho de que la pizza es superior al sexo, o sobre la charla tan agradable que mantuviste ayer con Juan, de La Hora de Padri? Pues ya se verá. Pero, ¿cuánto tiempo vas a estar con la puerta esa cerrada? El necesario. Dos semanas. Tres. Las que hagan falta. Bueno, avisa cuando vuelvas. Claro que sí, Paco. Bueno, te dejo entonces. Oye. Qué. Cierra la puerta, anda, cuando salgas. Ah, sí, claro. Suerte con la escritura. Gracias, hombre. Ya te aviso yo con lo que sea. Ññññiiiuuuuuu… Pum.

Y sobre la puerta, por fuera, un cartel: «Cerrado por novela».