Ubi sunt

Marta lleva trabajando en el Museo del Prado desde 1998. Acabó la carrera de Historia del Arte y desde entonces, y gracias a unas cuantas llamadas que hizo su padre, entró en plantilla, garantizándose una vida cómoda y feliz entre cuadros y esculturas. Lo cierto es que ella misma nunca ha sabido que su padre movió tales hilos; siempre ha pensado que la buena estrella vino como fruto de su esfuerzo o, en todo caso, de un empujón del azar a su favor. En el plano personal, dos divorcios y un embarazo frustrado suponen el contrapunto de una vida que contaba a priori con todos los elementos necesarios para conseguir la felicidad. Los años la han acostumbrado no obstante a no exigir más de lo que tiene.

Así es Marta, que durante el confinamiento es elegida como una de las dos personas encargadas de revisar las salas del Prado. El museo entero para ella sola, pues la probabilidad de encontrarse con su compañero Andrés es mínima. Se ven a lo lejos unas cuantas veces al día y guardan las distancias. La poca gente dedicada a la seguridad está en las puertas, y de ahí no pasa. Así que Marta camina despacio, hace su ronda, revisa la temperatura y la humedad y entretiene las horas ante sus cuadros predilectos. Parece mentira que después de tanto tiempo se puedan seguir descubriendo detalles nuevos en lienzos que se han contemplado con tan intensa dedicación.

Sin embargo, esta mañana de abril algo pasa. Marta se detiene, sin respiración, bloqueada. Mira y no comprende. Acaba de entrar en la sala 12, dedicada al retrato real de Velázquez. Ha ocurrido de repente. Los cuadros están ahí. Sí, como siempre. Las meninas. Y el lienzo del conde-duque de Olivares. Y el de la infanta doña Margarita de Austria. Los cuadros están todos… Los marcos, los lienzos, los ambientes. Pero no las figuras. No hay nadie en los cuadros. Nadie. Se han ido todos.

Al cabo de un tiempo que parece un globo de vacío, Marta comienza a sentir su propia respiración, que se ha reanudado y se acelera al compás de un corazón al galope. Y a la par, un escalofrío se instala en su espalda, subiendo y bajando. 

– ¡Dónde están!

Es la voz de Andrés. Que viene a la carrera.

– ¡Marta! ¡No están! ¿Dónde están?

– No lo sé, no lo sé. Se han ido todos…

Se saltan las normas del confinamiento, se abrazan ambos y lloran. No sólo es miedo. Es una mezcla de pánico, incredulidad y un sentimiento mareante de que están viviendo algo irreal. Pero es real.

Recorren juntos las salas, cambian de planta, pasan al edificio de los Jerónimos. Regresan al de Villanueva y peinan cada una de las estancias. Ha ocurrido en toda la pinacoteca. No hay cuadro que mantenga a figura humana alguna. Siguen representados los animales y los elementos vegetales. No así las personas. No están los apóstoles de Ribera. No quedan brujas en los aquelarres de Goya. En La Anunciación de Fra Angélico el ángel permanece, no así la Virgen. En las alegorías del cielo, las figuras celestiales continúan ahí, poderosas e inaccesibles. Saturno sigue devorando a sus hijos. En El jardín de las delicias del Bosco, la locura es mayor: algunos personajes se mantienen, otros en cambio se han marchado.

– Se han confinado -dice Marta-. Los humanos se han marchado del lienzo porque estamos en época de confinamiento.

En El triunfo de la Muerte, de Bruegel el Viejo, así como en otros cuadros alusivos a las epidemias, sigue campeando la portadora de la guadaña, como enseñoreándose del asunto. En los cuadros de temática mitológica, los dioses siguen presentes, pero no los mortales.

Marta y Andrés deciden no comunicar esto a nadie. ¿Para qué? Cuando todo pase, ya se verá. De momento, ¿para qué añadir un motivo más de congoja y estupefacción? Lo que hay afuera ya es bastante dantesco.

Al cabo de los días, los dos empleados del Prado ya pasean con normalidad ante los lienzos abandonados por sus protagonistas. Se acostumbran rápido a una situación a priori increíble. Como ha ocurrido en el mundo de fuera, a fin de cuentas.

Y así transcurren los meses. Un buen día se anuncia el fin de la alerta sanitaria. Miles de infectados y de muertos después y en medio de un cataclismo económico, social y político generalizado, ocurre el primer día en el que se ve cierta luz.

Y ante el asombro renovado de Marta y de Andrés, los personajes de los cuadros van regresando a sus lugares originales. Poco a poco, como si obedecieran un plan de retorno escalonado. 

Aún así, tras una semana de retornos, los dos funcionarios comprueban que algunos personajes no han vuelto. Son pocos, pero es evidente que no están y que no van a volver. Ha nacido un nuevo mundo, pero no todos están en él. Como afuera.


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