En el bar, hoy por hoy, si no hablas de Trump no eres nadie. Es imposible hacer vida social, tomarse el aperitivo y dejar que decaiga la alargada tarde si no participas de ese debate continuo acerca del presidente estadounidense, una charla que tan sólo se interrumpe porque finaliza la jornada, retomándose al día siguiente el asunto por donde que había quedado. Imagino que así han vivido durante décadas aquellos a los que el fútbol ni les va ni les viene, atosigados por un tema del que apenas se sabe nada, aunque levantes un servilletero y te salte un puñado de entendidos con más ganas de opinarte en la cara que de cerveza.
Si uno fuera mal pensado, si uno creyera que todo esto es una farsa para entretenernos de las cosas importantes –que nos roban, que nos esclavizan y tal y tal y tal–, sería difícil no ver que lo de Trump, como hace un par de años fue lo de Putin, supone una excusa rubia perfecta, porque encarna un malo de diseño, el enemigo incesante del que habla Orwell. La prueba es que han subido los alimentos de nuevo arguyendo no sé qué de los aranceles de Trump, que ni siquiera se han aplicado. Es decir, que han aprovechado la coyuntura, como siempre, para proseguir con el empobrecimiento general de una población europea a la que desean enjaulada en su barrio de cinco minutos y alimentada por pienso estatal.
Es una pena que entre tanto geoestratega de bar y de tele, la capacidad intelectual es la misma, no encontremos uno bueno, uno que de verdad sepa explicarnos por qué los que mandan realmente han colocado a Trump ahí, del mismo modo que lo designaron ganador en 2016 o perdedor en 2020. La única diferencia entre el contertulio de taberna y el de plató es que este último cobra por repetir el guión que le pasan, mientras que el primero se limita a parlotear lo que ha ido cosechando en su eterno zapping circular.
Claro que se encuentra uno tentado de ponerse de parte de Trump, sólo por el gusto que provoca ver que las alimañas de la UE, rabiosas, han tocado a rebato contra él. Pero eso sería demasiado sencillo. Y, de hecho, siendo coherentes con la premisa de que nos envuelve un mal teatro, hemos de sospechar que a Trump, Musk, Vance y compañía los han colocado ahí para que apliquen la siguiente parte del plan de esclavitud, disfrutando del buen crédito que les otorga la demolición de la demencia woke. ¿Para qué los han puesto en verdad?
No hay manera de saber nada a ciencia cierta, aunque sí crece la sospecha de que EEUU está pugnando por no caer más puestos en la jerarquía comercial y social del mundo. Que China se los ha comido, que los BRICS van a lo suyo, que el dólar se va convirtiendo en papel mojado, que su imperio se tambalea… EEUU lucha por no convertirse en la nada nociva y ridícula en la que ha degenerado la UE, que probablemente no ha degenerado porque ya nació concebida así, como en el caso español podemos decir de la denominada Constitución del 78, que tampoco es tal porque no constituye separación alguna de poderes, sino todo lo contrario. No existen poderes, de hecho, sino un solo poder, en singular. ¿Qué vas a separar?
Atiendo a varios analistas sin nariz de payaso, de los que no salen en la tele, y en ellos encuentro argumentos a favor y en contra de las acciones de Trump. Pero los que aparentan estar informados y se expresan de forma más sensata alertan de que nos hallamos de nuevo ante un actor, gran actor, quizá, y de que de nada vale cuanto digamos si no conocemos las intenciones últimas de aquellos que manejan el poder de forma efectiva. Por otro lado, a este hombre lo han puesto ahí para que interprete el papel de presidente de los EEUU, no de presidente de la Federación Galáctica a lo Star Trek, luego lo que cabe esperar de él, en teoría, son decisiones que miren por los intereses de los estadounidenses. Esto último, en el bar, se entiende mal, y en los platós peor aún, acostumbrados como están a que los políticos autóctonos gobiernen en pro de los de fuera y contra los propios.
Vamos, que por ahora sólo sabemos que el mundo está gobernado por criminales y que, de momento, hasta que amaine lo de Trump, si es que amaina, es mejor tomarse el vino apartado, en soledad, sin escuchar más idioteces, leyendo a Delibes y soñando con Morante.