Qué cosa serán los sueños. Dónde estamos cuando andamos perdidos por esos mundos oníricos en los que regresan los muertos para seguir hablándonos, los vivos se comportan de manera tan distinta a como suelen y los hechos de la realidad se deforman como plastilina en las manos de un niño. El material del que están hechos los sueños, escribe Shakespeare. Pero no sabemos nada ni de esa materia ni de los sueños mismos.
La ciencia ha intentado dar explicación a todo esto, y nos ofrece variadas teorías. Y también las tenemos esotéricas. Que si estamos en otro plano –¿pero qué es un plano?–. Que si es una descarga de lo que hemos ido viviendo a lo largo del día. Que si hay sueños premonitorios. Yo qué sé. Qué sabe nadie.
Lo único que acierto a tener como seguro es que existen un par de sueños que se me repiten con insistencia desde hace muchos años. Sueño recurrente, llaman a esto. En uno de ellos, escribo un poema. Y siento, mientras lo escribo, que son los mejores versos que he alcanzado nunca. Me embriaga, en ese momento, un sentimiento de perfección, de belleza absoluta. La idea que yo tengo, cada vez que ese poema viene, es que se trata del mismo: el mismo durante años y años, quizá puedo estar hablando de treinta años al menos, desde que yo salía de la adolescencia, puede que antes. Intento retenerlos, porque llega un punto en el que soy consciente de que duermo, de que sueño, y de que vendrá el despertar. Y entonces mi afán consiste en que no se me olviden los versos, en poder recordarlos cuando abra el ojo, para poder transcribirlos y dejarlos por escrito. No sé decir de qué hablan las estrofas soñadas, sólo que son las mejores que yo podré llegar a crear, y que probablemente, si las recuerdo, ya no siga escribiendo, intentándolo más, pues, de algún modo, habré conseguido alcanzar el horizonte. Nunca he logrado salvar ni uno solo verso. Llega la vigilia, y recuerdo haber tenido el sueño, pero no el contenido de lo versificado. Y se repite, se repite, se repite a lo largo del tiempo, sin que yo acierte a hallar un modo de rescatar del olvido algo que parece ser un tesoro. Puede que no lo logre jamás, o que llegado un día recuerde el poema de mis sueños y lo pueda pasar a papel, y que entonces me parezca que ni es tan bueno ni merecía la pena. No lo sé.
En el otro sueño recurrente, estoy en una biblioteca. Enorme. Que mezcla las bibliotecas que he conocido: la de mi pueblo, Puente Genil, la biblioteca de mi infancia, las varias de Alcorcón y de Madrid que he frecuentado, quizá algunas ilusorias e incluso las mías propias, las que he alzado en casa, tanto en Córdoba como en Madrid. La biblioteca soñada se parece a todas estas, pero sin ser ninguna de ellas. Aparece Mari Ángeles, la bibliotecaria de entonces, y está joven, como hace cuarenta años, y siempre anda pidiendo silencio. Lo más curioso de este sueño bibliófilo es la sensación de paz que despliega. Me asiste entonces la certeza de estar donde quiero estar, ni más ni menos, y me digo a mí mismo que no es tan difícil permanecer ahí dentro, y que todo el tiempo pasado fuera ha sido perdido. Y en los estantes, hay libros conocidos. Está toda la colección de Guillermo Brown de la Editorial Molino. Están las obras completas de Verne, de Dickens, de la Editorial Gredos, de Austral –el otro día una tuitera hablaba de ella–. Pero lo más llamativo es que encuentro libros que no existen. Por ejemplo, de John Kennedy Toole, autor de La conjura de los necios y de La biblia de barro. No se conocen más obras de este hombre, que se quitó la vida hastiado por todo –y eso que no había visto lo que nos ha tocado a nosotros padecer–. Pues en mi sueño se prolonga una estantería con obras suyas, diez o doce más.
Le conté a mi amigo Javier Bustamante este sueño el otro día, tomando un café en Santander, antes de la corrida. Y me preguntó él, con un tono misterioso que me asombró: ¿Seguro que es un sueño? ¿No serán los libros que le quedaron por escribir a ese autor, que están en tus sueños? Si eso fuera así, ¿quién soñará los libros que se nos queden por escribir a nosotros? ¿Shakespeare acaso? ¿De qué material están hechos los versos, los sueños, las intenciones, la memoria, la rabia, el amor, el deseo? Yo qué sé. Qué sabe nadie.