Robin Hood

Anda por ahí un tuit en el que se aclara que Robin Hood no robaba a los ricos para dárselo a los pobres, como se nos ha repetido hasta la saciedad desde niños, sino que asaltaba a los cobradores de impuestos para devolver el dinero a sus legítimos propietarios, esquilmados por Juan sin Tierra, el sherrif de Nottingham y la madre que los parió a todos. De este modo, el arquetipo del paladín contra la desigualdad, reelaborado a medida de los mitos que la socialdemocracia necesita para mantenernos culpables y engañados, lo sería en realidad de la gente agredida por un poder inicuo que le arrebata lo suyo para gastárselo en los asuntos del castillo. Hoy en día, el bosque de Sherwood sería la calle, donde debemos sobrevivir a las patrullas de Hacienda, mientras que no nos faltan castillos para la analogía: el Congreso, el Senado, todos y cada uno de los ayuntamientos, la UE, las comunidades autónomas, las diputaciones, el entramado, que no conoce fin.

No debemos esperar salvación alguna por parte ni de un rey retornado de las Cruzadas ni de un Robin Hood justiciero que ponga en su sitio a toda esa clase política y administrativa voraz y parasitaria. Nadie vendrá a salvarnos. Sólo nosotros, a la desesperada, hemos de cuidar de la decencia, de nuestros hogares, amenazados por un fisco salvaje y desbocado que se lleva ya tres cuartas partes de lo producido por cada uno, y en aumento, entrando así de lleno en el terreno de la esclavitud, que consiste en trabajar por la mera subsistencia: o sea, a lo que nos han conducido el régimen del 78, también llamado democracia en la literatura infantil.

Hemos visto estos días lo de Imanol Arias, Ana Duato y su contable, este último condenado a ochenta años por evasión fiscal. Se percibe en la noticia, para qué más detalles, que el estado tiene una misión confiscatoria preeminente, pues asigna las mayores penas al hecho de intentar no dejarse robar por él. Es un llamamiento a la docilidad, a la mansedumbre, a la conformidad. De vez en cuando hacen esto con un famoso, poniendo su cabeza en lugar visible para que sirva de ejemplo a los asustados contribuyentes.

Cierto es que no les basta con robar, sino que además pretenden que te sientas mal por intentar mantener las manos de los políticos lejos del dinero de tu familia. A eso le llaman defraudar. Pero no existe un fraude peor que el de un padre que tolera que los ladrones con cargo y despacho roben a sus hijos lo que a éstos les pertenece, lo ganado para ellos con tanto esfuerzo. Lo llaman dinero negro, pero es dinero libre: libre de esas manos deseosas de lo ajeno. La primera batalla, como siempre, la del lenguaje. Y luego, la culpa. Te dicen que los impuestos sirven para pagar sanidad y educación y bla, bla, bla. Sin entrar en la ínfima calidad de tales servicios, ¿por qué no presupuestan claramente y nos dicen cuánto se gasta en cada partida, sin ocultación? Porque en ese caso, quedaría patente que basta con pagar un diez por ciento de lo generado para sostener una administración mínima y eficaz de lo común. El resto es latrocinio. Y la asfixia de los impuestos es directamente proporcional al volumen del atraco. Nunca han robado tanto y nunca han sido tantos en la banda. Antes lo hacían en pesetas. Hoy, en euros. No esperéis a Robin Hood. No acudirá nadie al rescate. La peli no acaba bien. Olvidaos. Corred, insensatos, que viene el IVA.


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