No

En español no solemos jugar a deletrear, que es cosa de americanos, dadas la diferencia entre sus grafías y su pronunciación y la necesidad que sienten de aclarar, de ir letra a letra, de no saltarse por escrito tantos signos mudos. Isaac Asimov cuenta en sus memorias cómo sólo pudo aprender inglés, recién llegado a Estados Unidos, cuando comprendió que simplemente había que no pronunciar, que obviar ciertas letras. Pero nosotros hoy vamos a darnos al deletreo, al spelling, que dicen ellos.

Y vamos a hacerlo con una de las palabras esenciales: libertad. A priori, un vistazo somero nos lleva a concluir que estamos ante un trisílabo, tres golpes de voz, compuesto por ocho letras, un vocablo agudo terminado en -d, y por lo tanto, no tildado. Claro, ¿no? Quizá no tanto. Quizá quedarnos ahí, en lo evidente, resulte apresurado.

En vez de listar la ele, la i, la be… esas ocho letras seguidas, propongo una alternativa. Porque libertad se deletrea de este otro modo: n y o. No. No. No. Nada más. No. Libertad es un monosílabo, también sin tilde, lógicamente. No. Comprobémoslo.

¿Quieres entregarme tu libertad a cambio de que te sofoque el miedo que yo mismo te he infundido? No.

¿Quieres aceptar los odios que estoy generando en mis laboratorios sociales para dejarte inhabilitado sentimentalmente y atado a mi imperio? No.

¿Quieres entregarme tres cuartas partes o más de lo que produces, en un sibilino modo de esclavitud, de manera que, al menos, desde el 1 de enero hasta el 18 de agosto todo cuanto trabajes sea para mí? No.

¿Quieres aceptar a pies juntillas mi relato de buenos y malos, de la historia, de los hechos, por encima de tu propia percepción? No.

¿Quieres creer que es vapor de agua, y no un uso perverso de químicos y frecuencias electromagnéticas con turbios propósitos, todos contra ti? No.

¿Quieres abrazarte a mis postulados y temer que te tachen de ridículo y te excluyan los esclavos con los que sí he conseguido la obediencia lanar? No.

¿Quieres sentirte culpable por mis crímenes? No.

¿Quieres introducirte estas sustancias en tu cuerpo, innecesarias, nocivas y sólo provechosas para quienes desean manejar al ganado modulando su salud –su mala salud– y su exterminio? No.

¿Quieres cerrar los ojos ante la evidencia de que nuestras verdades son falsas y de que es cierto que mentimos sin excepción? No.

¿Quieres venir a la urna para dar tu beneplácito a una farsa en la que todos los candidatos me pertenecen, subcontratados para controlarte? No.

¿Quieres entregarme la educación de tus hijos para que los convierta en unos veinteañeros ignorantes, destrozados en su amor propio y con aversión al verdadero conocimiento? No.

¿Quieres creer que lo humano constituye una plaga y que es necesario combatirla? No.

¿Quieres detenerte en los entretenimientos absurdos, huecos y grotescos que hemos diseñado para hacerte perder la vida enredado con bobadas? No.

¿Quieres agachar la cabeza cada vez que te envío a un programado propagandista al que he etiquetado como experto? No.

¿Quieres matar o dejarte matar por el bien común, que ni es bien ni es común, pues sólo supone un mal beneficia a los pocos de siempre? No.

¿Callarás, por miedo o a la espera de recompensa? No.

¿Quieres tragar creaciones de ingeniería social tales como el racismo, el cambio climático, la huella de carbono, la redistribución de la riqueza o el odio entre mujeres y hombres, jóvenes y pensionistas…? No.

Al menos, ¿puedes deletrear la palabra libertad? Sí, eso sí: N-o. No. Y muchos noes, todos estos noes anteriores, conforman un enorme sí. Sí a la libertad y a la vida. Qué cosas tienen estos juegos, ¿no? Sí.


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