Ayer comentaba con un buen amigo la sensación creciente que tengo de estar rodeado de personas que han perdido la cabeza. Lo digo en serio, no como una humorada ni con ánimo de ofender. A diario, me van saliendo al paso personajes ante los que dudo si no me estarán haciendo una cámara oculta de las de tanta risa de la tele. Algunas de esas gentes, para más inri, son conocidos, tíos con los que hasta hace no poco se mantenía una conversación normal. No es que fueran Aristóteles y se pasaran las horas disertando sobre altos conceptos, ni maldita la falta que le hace a nadie andar por ahí como un pesado. Gente normal, insisto, gente con la que quizá no estabas de acuerdo en algunas cosas, sí en otras, pero con la que charlabas sin más. Ya no. De verdad que no. Ahora hablan con obsesión de temas inquietantes, como uno que el lunes insistía en contarme cómo cuida a una tortuga en su piso, cómo le habla, que dice que le entiende. Y lo dice en serio. Un camarero, en una terraza, se detuvo hasta tres veces junto a nuestra mesa, clavando en mí una mirada vacía, de evidente imbecilidad. Resultaba incómodo, pero me di cuenta de que tras esos ojos sólo había idiotez, tal y como se confirmó cuando, a la hora de pagar, el tipo empezó a hablarnos sin ton ni son de sus condiciones laborales y de su jefe, con el que mantenía diferencias irreconciliables, sostenía. Hablaba solo con nosotros delante.
A mí siempre me ha interesado la imbecilidad, el estudio de la imbecilidad. Lo de siempre: Pino Aprile, Cipolla y tal. Tengo una sección en la biblioteca dedicada a ese asunto. Pero ahora la cosa ha dado un salto. Ya no se trata de ese tipo idiota que todos conocemos y padecemos, el tonto de la empresa de toda la vida, que indefectiblemente ocupa un puesto de jefe, el de las juntas de vecinos, el que llegó como padre de los amigos de colegio de tus hijos, el tonto que se cree por encima, el que necesita hacerse notar, el que actúa perjudicándote a ti sin importarle que también él salga afectado… No, no. Hablo de un nuevo tipo de chalado, un neochalado, un recién incorporado a tal grupo selecto. Han perdido la cabeza muchos que antes, con más o menos dificultades, pasaban por normales.
Ayer le explicaba a mi hija lo de Quevedo, que dice que todos los que parecen tontos lo son, y de los que no lo parecen, la mitad también lo son. Esas cosas no se las van a enseñar en el instituto. En el instituto, de hecho, no le enseñan nada, pero ése es otro tema. O quizá no…
Una plaga de desconectados, a lo que voy. No sé si vosotros lo estáis notando también o es que me están tocando todos a mí. Individuos que han quedado sin cobertura, de los que se nota enseguida que no hay nadie al volante ahí arriba. Personas que parece que murieron al nacer. Y es un asunto que va a más. ¿Qué está pasando? ¿Por qué no nos volvemos más listos, más guapos, más fuertes? ¿Por qué siempre a peor?
Al despedirme de mi amigo ayer, nos dijimos: acabaremos rodeados de esa gente. Si es que no perdemos nosotros también la cabeza, me dijo él. Cierto. Si es que no la perdimos ya, creyéndonos cuerdos en un mundo de tarados.