Cada día le cuesta más a este mes seguir fingiendo que es abril. A pesar de las tercas lluvias y de los vientos que bajan de las sierras contando historias del frío. Se despueblan las ciudades durante los puentes, y uno podría pensar que se han ido todos al río, a la montaña, a las cañadas, a transitar por esas veredas que la vegetación pujante amenaza con ocultar. Qué diferentes estos lugares de ahora respecto a aquellas planicies yermas de enero, cuando había que sostener la esperanza de la primavera como un acto de fe. Pero no. Al parecer los que se han ido no lo han hecho al campo, en cuyo caso la pregunta es adónde han huido todos, ahora que ha llegado la Feria del Libro Antiguo a Recoletos y ocurre la explosión de lo verde y de las flores en las afueras y en los parques, valga la redundancia. Porque el parque es como una embajada del campo dentro de la ciudad.
Yo recuerdo llegar al Retiro como el que pide asilo político, cuando lo de la juventud, con un libro bajo el brazo y otro en la cabeza, que ya se estaba escribiendo. Los ociosos disimulaban su desocupación sentados en un banco y viendo pasar la misma hora muchas veces repetida. Había parejas de enamorados, una república de patos y nietos que aún no sabían que acabarían por crecer. Había músicos, ladrones y mimos. Y futuro y pájaros y un lago que luego vimos cuando lo drenaron, y fue como sorprenderlo desnudo.
Es una gran cosa que el mundo haya enmayecido. Y si esto fuese como debe, a lo mejor ese sería el único titular de todos los periódicos. Porque la primavera es acaso una solitaria noticia. Y más esta primavera, en avanzado estado de gestación y que dentro de pocas semanas ya notará las pataditas del verano que se desarrolla en su seno.
Yo siempre he sospechado que las estaciones no están bien explicadas. El verano empieza a mediados de mayo, del mismo modo que la mitad de agosto da inicio al otoño o que noviembre es quien inagura el invierno. Y en una era de mentiras, que nos mientan los meses tampoco suena tan raro.
Mayea, y esta lluvia le caerá como un milagro a los olivos que los criminales hayan dejado vivos. Las ramas reverdecen para volver a dar la razón a Machado. Los animales ejercen de arquitectos de nidos y de madrigueras. Las hormigas no dan crédito a un año de tanta lluvia, lo cual las obliga a sellar su mundo subterráneo a la espera de que escampe, a ver si pueden salir pronto a formar sus hileras como una escritura sobre las arenas. Una golondrina no encuentra el balcón de Bécquer. Y los niños se apoyan en los cristales y miran hacia fuera, hacia los charcos, temiendo que no abran nunca las piscinas. Es mayo, llueve. Tomemos un café y llamémosle buen tiempo.