Tienen algo de nostálgico los campos de olivares que se extienden de horizonte en horizonte por Córdoba y por Jaén. Me crie a la sombra de estos olivos de troncos nudosos y abrazados a la tierra. De mis dieciséis tatarabuelos, sé que quince trabajaron en el campo. El decimosexto no es que no lo hiciera, sino que no he dado con su ocupación, pero lo más probable es que también se afanara, como los otros, cogiendo aceituna, cavando pies, vareando.
La cama de Ulises en Ítaca descansaba en un cuarto cuya estructura era sostenida por un olivo, y siempre he sospechado que esto fue un argumento a favor de su vuelta junto a Penélope y Telémaco. Porque el olivo tira de ti, te enlaza con la tierra. Recibe el agua de mayo como un milagro que luego él transmuta en la aceituna, de la que se carga como una señora enjoyada que agitase sus manos repletas de anillos con esmeralda. Antes se vareaba y así se cogía la aceituna. Ahora, las máquinas vibradoras sacuden al olivo y le arrancan su tesoro verde en un acto que tiene algo de sexualidad agreste, como un coito salvaje y aceitunado. Se mece el olivo, se agita, se le desprenden sus secretos. Desde un monte de olivos se alzó Cristo hasta los cielos. Perderse en un olivar es encontrarse. Pasear por él, en silencio, ajeno al tiempo, devuelve al sendero correcto. Entre esas ramas, resuenan los ecos de Bailén, que es una historia que estos árboles se han susurrado unos a otros década a década. Bailén, cuando se paró los pies al francés que huía tras haber saqueado Córdoba. Muchos de esos tesoros, por cierto, jamás regresaron.
Pero padecemos robos más recientes. El de los olivos mismos. Los burócratas al servicio de quienes mandan en el mundo han ordenado arrancar olivos para instalar en su lugar placas solares. Ellos ni siquiera saben para qué, sólo que han recibido la orden y la ejecutan, que por algo los amos les permiten vivir sin trabajar, cobrando un pastizal de lo que nos roban en impuestos. Da igual que haya sido la UE, el ministerio de no sé qué o la Junta de Andalucía. Esa telaraña de instituciones no tiene más sentido que el impedirnos ver que todas están creadas contra nosotros. Es decir, que son la misma institución con nombres diferentes, y al servicio del crimen, como estamos viendo. Porque eso es lo que se está cometiendo en esos olivares. Un crimen contra la naturaleza que dicen defender. Recordemos que están incapacitados para la verdad y que mienten por sistema, de modo que todo es siempre al revés de lo que dicen. Detrás de expresiones como transición ecológica, economía verde, reconstitución de la naturaleza y otras ridiculeces, nosotros entendemos con claridad: destrozar el campo para destrozar las economías para destrozar la libertad y fortalecer la esclavitud o, directamente, el exterminio. Terroristas ecológicos que sonríen en las fotos. A finales de los 90 venía un alemán de la UE y se le postraban como perros los de aquí para convencer a tal señor feudal de que no nos obligara a arrancar demasiados olivos. Aquel acto servil e indigno debería haber bastado para volver a lo de Bailén. Pero la indignidad es como un grifo que gotea: o se acaba con el problema de raíz o la cosa se encamina al desastre.
Vienen a cortar los olivos para hacer sitio a sus placas solares en el país del apagón/apagado. Qué canalla gobierna el mundo. Pero qué pena de olivos, con tantas ramas ociosas, robustas, capaces de sostener tanto peso… además del de la aceituna.