Parece que el cambio de guardia está ya preparado. El enésimo. El péndulo va de derecha a izquierda, de izquierda a derecha, y así durante décadas. El funcionamiento del invento es simple pero eficaz: van cargando de odio y asco a uno de ellos hasta que las sensaciones no dan más de sí, momento en el cual quitan a unos para poner a otros que ya habían sido sustituidos previamente, y a esperar que el hartazgo de la gente se concentre de nuevo en el partido gobernante para repetir la jugada. Cuando el hastío colmó a la generación que no se había criado en el inicio del régimen del 78, inventaron lo de Podemos, todo guionizado por la CIA, como el resto, como el propio régimen. Luego echaron a Rajoy y pusieron a Sánchez, y ahora van a quitar a Sánchez y no saben ni a quién poner, porque el cansancio, el cabreo y la pobreza se han extendido tanto, tanto han tensado la cuerda, que temen haberla roto. No saben si quitar a Sánchez y dejar al PSOE, si quitar al PSOE entero y poner a Feijóo, si poner a éste en solitario con apoyo de Vox, con apoyos delirantes o sin apoyos, o si llamar a la masa a la urna para volver a practicar el sortilegio de los votos –que a muchos hace creer que pintan algo: ése es el cometido de las urnas, y no otro, pues su resultado siempre es ficticio–.
Sánchez se irá cuando se lo manden. Puede que hoy. Puede que dentro de diez años. Mientras tanto, España se deshace en el crimen de la agenda 2030, y la cosa para ellos es ver si les da tiempo a romper todos los estados nación antes de que las masas empobrecidas ya sientan que no tienen nada que perder y se tiren al cuello del granjero. Aquí aguantarán como sea hasta que calculen que han perdido apoyos y al menos un tercio de la población, más o menos, pueda firmar esta columna de hoy. En ese momento echarán mano de los últimos recursos que les quedan: el gobierno en coalición entre PSOE y PP, previo calentón de cascos del personal, o, en última instancia, largar al Borbón, como han hecho tantas veces, para que parezca que cambia algo. Después de eso, ya sin recursos, con una nueva generación más desesperanzada y carente de futuro aún que aquella para la que diseñaron Podemos, ya apenas les quedará ejercer la violencia pura y dura, y para ello contarán con todas las herramientas coercitivas de las que se han dotado, sufragadas por la parasitación vía impuestos a la que nos llevan sometiendo de forma creciente e insostenible año a año.
Y poco más. Hay gente contenta con la idea de que acabe un acto de esta tragicomedia y empiece el siguiente, con el hecho de que saquen a Sánchez del escenario para poner a otro de sus actores –les está costando hallar uno tan obediente, ambicioso y sin escrúpulos–. Hay quien cree que algo va a mejorar. Yo tengo una opinión distinta: lo que quiero es levantarme de la butaca, salir del teatro, recuperar la cartera que dejé en consigna y, una vez fuera, que no quede ladrillo sobre ladrillo de este edificio de mentira, robo y esclavitud. A mí me da igual a quién pongan de carcelero. Es la libertad, amigo. Libertad. Y si nos duelen los ojos al leer la palabra o la vemos borrosa, es normal: jamás la hemos conocido.