Qué curioso es lo de la perfección. A priori, diríamos que se trata de una cualidad deseable, y que sea cual sea la tarea que vayamos a emprender, el que después consigamos llevarla a cabo de un modo perfecto –se trate de lo que se trate– nos colocaría en el terreno de la virtud. A priori. Porque con los años, uno va viendo que esto no es así. La perfección ayuda como algo a lo que aspirar. Si te pones a escribir, pongamos por caso, el objetivo ha de ser escribir bien, no escribir mal. Pero bien no es perfecto. Cuidado con eso. ¿Qué es la perfección? Diríamos que casi un estado de ánimo, una idea, un molde que nos sirve de referencia a la hora de empezar pero que no nos puede valer como patrón para juzgar lo ya hecho. Por bien que escriba, ¿será perfecto? Una poesía, quizá, pueda acercarse, pero siempre a una distancia. Yo llevo años teniendo un sueño recurrente en el que escribo cierto poema. Cada vez que estoy ahí, siento que se trata de la misma estrofa y que tengo en mis manos los mejores versos que he concebido jamás. Nunca los recuerdo al despertar. Siempre me quedo con una sensación de pérdida, de que se me ha escapado algo perfecto. Qué raro, ¿verdad?
Pero, ¿cabe hablar de perfección cuando ésta no es más que un horizonte? Por muy bien que esté lo realizado, puede estar mejor. Y ahí radica la trampa de la perfección: la insatisfacción. El espíritu perfeccionista no sólo nos hace incurrir en una muestra de orgullo sino que nos aleja de la sensación de plenitud. Ese espíritu perfeccionista es propio de escritores, de toreros, de deportistas; sospecho que, aunque se puede dar en cualquier profesión, resulta más frecuente en actividades que ponen en juego el filoso ego.
Ser el mejor que se puede ser en ese momento. Corregir la vez anterior. No admitir la mediocridad. Conocer errores y llegar al acierto evitando desaciertos. Estas premisas, sí. Porque permiten el aprendizaje, nos ofrecen la posibilidad de la alegría final y nos alejan de las cadenas del orgullo.
El otro día me refería a la charla literaria con la gente de Hislibris, el foro de referencia de novela histórica, y de una conversación acerca de Baroja. Recuerdo que comenté algo que en este tema de hoy recobra mucho sentido: puede que Baroja no consiga frases académicamente perfectas, pero sí que logra que estén vivas. De este modo, casi hablaríamos de un principio de incertidumbre de Heisenberg aplicado a la literatura, al arte en general, a cualquier actividad: o se está vivo o se está perfecto, pero las dos cosas a la vez no son posibles. La perfección es algo acabado, inalcanzable, que no nos toca; en cambio, la belleza siempre contiene un ápice a mejorar, una mancha, un descuido. Así lo siento en las letras, en el toreo, en la pintura, en el amor, en la vida misma.
Ayer le cambié el nombre a los cines Palafox de Madrid, llamándolos Paradox, tal y como me hizo notar Gachas,usuario de X . Se trata de un error, claro. Y en ese error se revela una imperfección mía, una tendencia barojiana, una veta de la que obtener belleza. No estoy justificando hacerlo mal o conformarse con poco. Sólo digo que somos hermosamente imperfectos. Qué guapas son algunas feas. Qué buenos son ciertos escritos y muletazos fallidos. Qué paz, desasirse de la engañosa perfección.