Y no nos referimos a hablar de usted cuando corresponda o de saludarse como es debido, que no es mala cosa, sino del sistema educativo. Uno conoce lo de los maestros a través de varias cercanías: sé de las pruebas a las que son sometidos, lo que estudian, cómo les van cambiando cada año lo que tienen que memorizar para aprobar unas pruebas que se supone que los capacita para educar, cómo luego pasan a ser nómadas durante su etapa de interinos… ¿Dónde está el problema de la enseñanza en España? Obviando el asunto de que para quien manda es más cómodo mantener a una masa de gente sin preparación, y obviando que el opositor se levanta cada mañana y mira hacia el cielo a ver si le han cambiado la ley ese día y si lo que tiene que estudiar es lo uno, lo otro, su contrario o todo a la vez. El problema viene de antes. ¿De la carrera de Magisterio, donde no se enseña a enseñar? No, de antes. Vocaciones aparte, ¿de cuando se hace el corte en la nota, porque aunque se pida más se sigue pidiendo poco y quienes entran en la carrera no son los mejores sino los que quedan y no saben dónde meterse? No, de antes. ¿Del bachillerato, de la primaria, de infantil, donde cada vez la preparación es más laxa y los conocimientos, las actitudes y las aptitudes son menos forjadas? No, de antes. ¿De cuándo, por todas las pizarras digitales de ahora y las tizas de antes? Los maestros de hoy en día están mal preparados porque son el resultado de décadas de mala formación. Si un ciego guía a otro ciego… Un gran profesor ya jubilado me decía: «El libro de texto que diga lo que quiera; yo luego cierro la puerta de la clase y sé lo que tengo que enseñarles». Y lo hacía. Y vaya si sus alumnos salían con conocimiento de causa: unos más que otros, ya que la educación, lejos de igualar, aumenta la distancia entre todos. Pero, ay, ¿qué pasa ahora si cierran la puerta? ¿A qué les van a enseñar a esos pobres alumnos? ¿A decir la palabra «competencia»? ¿A repasar la ley orgánica de enseñanza de la autonomía del estatuto del profesorado del plan curricular…? En términos generales -siempre quedan honrosas excepeciones- tenemos malos profesores, profesores incultos, porque vivimos en una sociedad inculta. Cambiar el sistema educativo requeriría un acuerdo para que los políticos dejen de tocar el software del aprendizaje. No lo harán: viven de ello. Requeriría que quince o veinte años de promociones de maestros reconocieran su mala formación y volvieran al aula, pero para aprender. No lo harán: el que ha conseguido una plaza se cree en el Olimpo, intocable, que corran otros. Requeriría volver a respetar al profesor, hacerles exámenes periódicos para comprobar que siguen en forma para impartir sus saberes, preparar a los maestros para que, además de saber enseñar, supieran gestionar sus centros educativos, que los libros de texto los dejasen de escribir personas que piensan y sueñan con faltas de ortografía. Requeriría un gran acuerdo entre gente acostumbrada a no escucharse. José Antonio Marina aparece entre la niebla como una esperanza blanca. Pero los escépticos no nos permitirnos esperanza alguna en un mundo en el que la sintaxis está en peligro de extinción. Ay, si alguien lo lograra. Como decía Fernán Gómez en La lengua de las mariposas: «Si tan sólo consiguiésemos que una generación en España fuese libre…».
La educación en España
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