La caló

Si te has criado en Córdoba, has conocido calores que nadie creerá, y no tardarás en tomar la decisión de no intentar explicarlo. Muchacho, has paseado por la calle y la brisa se parecía al chorro caliente que sale de los aparatos de aire acondicionado. Y aquello pasó con unos cuantos ventiladores como único alivio. En 2003 la ola de calor fue tan prolongada, de mayo a octubre, que sudaste hasta en el DNI, y llegaste a plantearte que lo más sensato, como cuenta García Márquez que hicieron en su pueblo para tender las vías del tren, sería trabajar de noche y guarecerse en lo más hondo de la cueva durante las prolongadas horas de sol. Te metías bajo el agua fría y ésta caía caliente al suelo de la ducha tras entrar en contacto con tu cuerpo. Las noches no tenían tiempo de refrescar nada y amanecía a más de treinta grados, amenazando cada día con convertir tu biografía en una hoguera. Aquella vez me fui a Lisboa una semana. Diecinueve grados allí. Veníamos de estar a casi cincuenta. De paso, en Sevilla un taxista me dijo que aquella jornada había refrescado, ya que no se alcanzaron los cuarenta y cinco, y aquello suponía un alivio.

Desconocemos por qué los calores van y vienen. Pero ha sido así siempre. El verano pasado fue el más fresco del que tenemos recuerdo, y dio paso a un otoño pronto, a un invierno extenso y a la primavera más lluviosa que jamás disfrutamos. Pero han bastado dos días de calor en ese pasillo que une a mayo con junio para que salgan los apóstoles de la alarma a procesionar y entonar sus saetas caloreras. Los meteorólogos cuentan con la misma credibilidad del resto de actores de los medios de comunicación, o sea, ninguna, porque sabemos que todo cuanto dicen les viene dado por un guión previo. En vez de observar los datos y sacar conclusiones, los de arriba ya tienen preparado el discurso a difundir, y la recolección de datos se convierte de este modo en invención de datos, sin más. También se dan a la elaboración de mapas con colores cálidos, otra medida estética y que los revela como seguidores de la mentira, y no de la ciencia a la que tanto apelan de modo hipócrita.

Parecería estúpida esta ansia por alarmar por el calor si no fuera porque detrás se encuentra el impulso criminal de decirte a ti que tienes tú la culpa, pues la alta temperatura materializa una plaga divina enviada desde los cielos a causa de tus pecados. A saber, dos: haber nacido y seguir vivo. La huella de carbono, repiten los guiñoles que colocan en sus púlpitos, como si supiesen lo que es el carbono. Y todo va ya de corrido: tu estilo de vida, tu contaminación, tu condición humana, que te convierte en origen del mal. La solución que ofrecen es cerrar parques como el Retiro de Madrid, en una medida ridícula, contraproducente y propagandística que sólo pretende aterrorizar. Y a continuación, viene lo de siempre: que pagues aún más impuestos –los llaman verdes, un adjetivo sin significado real–, que aceptes empeorar tu vida, que cedas tu libertad, que te dejes esclavizar.

La caló, en fin, es ahora de lo único de lo que quieren que hablemos, mientras los del medio nos siguen robando impunemente y los de arriba del todo mantienen a la granja bajo control.


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