Pocas serán las veces, por mucho que insistamos, que recordemos la estrategia del poder para mantener a la sociedad dividida. Parcelada ésta, descompuesta en grupos, les resulta más sencillo a los de arriba manejar a la gente, al ganado –pues eso somos para ellos, en la práctica–. Solemos repetir ese mantra que tan útil les ha sido a lo largo de los siglos: divide et impera, divide y vencerás, divide y mandarás, gobernarás, sojuzgarás, subyugarás, oprimirás, esclavizarás.
Pero no es de política de lo que vamos a hablar hoy. En este caso, nos detendremos en una de las aplicaciones más sutiles y perniciosas que hacen del tan manido enunciado para, en efecto, dividirnos e imperar. Se trata de una pregunta que dirigen a los adolescentes antes de que éstos alcancen la mayoría de edad y encaminen sus vidas académicas hacia un destino concreto. ¿Letras o ciencias?, se les pregunta. Y ellos, tiernas cabezas aún aptas para el conocimiento, ya reciben el impacto de la grieta que se abre en el campo del saber y que les parte el territorio en dos mitades que, merced al diseño de los planes de estudio, cada vez se encontrarán más alejadas entre sí. En realidad, la pregunta no sólo no corresponde a nada real, sino que es capciosa en su planteamiento. Puede que los profesores que la lanzan no tengan mala intención, y que incluso la formulen creyendo que aplican una metodología útil para que cada alumno halle su camino más oportuno. Sin embargo, quien creó la pregunta sí estaba cargado de una muy mala intención: la de dividir. El espíritu de la cuestión está expresado en una sentencia demoledora: si eres bueno en letras, serás malo en ciencias, y viceversa. Y, de este modo, exilian de la mitad del conocimiento al estudiante, que queda etiquetado –para los demás y, lo que es más preocupante, para sí– como de un lado o de otro. Cuidado con los lados. ¿Estás en el lado correcto de la historia?, repiten ahora mucho los propagandistas a sueldo del sistema, como si hubiese lados –ellos, siempre en el bueno, claro está–.
¿De letras o de ciencias? Vade retro. De letras y de ciencias, evidentemente. De letras, luego de ciencias. De ciencias, luego de letras. A quienes escapan de esta falsa dicotomía –falaces suelen ser todas ellas– se los trata como bichos raros, gente excéntrica o especialmente dotada, de cara a ofrecerla como un ejemplo inalcanzable para el simple mortal. Y se les llama renacentistas. Es un químico que escribe buenos poemas. Es un arquitecto conocedor de la historia y que toca de maravilla el violín. Es un periodista que sabe de números primos –esto me suena–. ¿Qué carajo de letras o de ciencias? No os permito que me dividáis el conocimiento, el rico, variado y fértil conocimiento, en dos corrales enfrentados y separados entre sí, de modo que yo me tenga que empadronar en uno de ellos, abandonando el otro por sentirme incapaz.
Casi todo el conocimiento es falso, partamos de ese hecho. Casi todo lo que nos han contado es mentira. Luego más acuciante es la necesidad de estudiar de un modo total, contemplando el saber como un todo no excluyente. Pobres críos, en qué manos están. El sistema educativo es al adolescente lo que el sistema económico será después para el adulto. Porque están diseñados con la misma aviesa intención. Dividirnos y vencer. Hacernos creer, en última instancia, sólo en lo material –lo cierto– frente a lo no tangible, lo no perceptible mediante los sentidos –cuentos chinos–. No cuela, criminales. Qué suerte habitar en el apocalipsis, con los telones cayendo y revelando cuanto es cierto. Ya sólo no ve quien se niega a ello. Hala, a estudiar.