Escribir. Como costumbre, como hábito, como modo de subsistir e ir hilando los días. Escribir para hacer frente al tiempo. Escribir consiste en hacerlo de continuo, también cuando no estás escribiendo. Porque todo vale para la escritura. Al poeta, los sueños le parecen metáforas sugeridas desde otros lugares. Los primeros pasos del día, cuando uno se va adecuando a este tiempo, recién llegado desde los tiempos dalinianos del dormir, valen para que la cabeza vaya digiriendo el mundo y lo vaya metabolizando en forma de ideas, de versos, de imágenes, de personajes, de argumentos, de tramas.
El escritor no está en el bar como están los demás. Al escritor, cada frase le puede valer, dicha por cualquiera. Sus paseos largos y silenciosos se van llenando con las voces que sugieren nuevos caminos hacia el folio. Las cuestiones cotidianas, laborales o no, por un lado lo alejan del tiempo de la escritura, pero por otro, lo dotan de contenido. Un escritor encerrado en una torre, sin contacto con nada más que con sus soledades, no tendría qué escribir. Al menos, no tendría opción de escribir nada que estuviera vivo. Porque la vida que se le insufla al escrito es la propia, la vivida.
La verdadera materia prima con la que se escribe es la soledad. No es la lengua. No son los arsenales de palabras de los diccionarios. No es la magia de la sintaxis, como un ensamblaje de cadenas de ADN literario. Es la soledad. Por eso los escritores se rehúyen, se evitan, no hay que mezclar soledades.
Al escritor le sienta bien la compañía de los ajenos a la escritura. El frutero, el jubilado andariego, el camarero, el pintor de cuadros, el pintor de casas, la cajera del supermercado, la peluquera. Van pasando por el escenario sin saber que están nutriendo a los personajes de ese señor con el que hablan.
Y una vez que el personaje está hecho, propuesto al menos, es éste el que escoge al escritor que ha de otorgarle la vida mediante la entrega de la suya. Si no los escribes a tiempo -te dan un tiempo prudencial-, se aburren, comprenden que se te ha pasado la oportunidad y se marchan en busca de otros escritores, de otras soledades que los animen. Que les den el soplo de vida que ansían.
Escribir. Qué cosa tan extraña. Qué manera de vivir paralelamente. Qué modo tan peculiar de postergar la muerte.