Urge que llegue cuanto antes la vacuna: la buena, la de verdad, la que están pidiendo todos los países del planeta.
Una vacuna que inmunice a los pueblos contra los manejos de los grupos de poder que gobiernan realmente, contra lo que llamamos élite, esa minoría que ya cabe pocas dudas que es la que hace y deshace.
Una vacuna que arme a la gente con anticuerpos de conocimiento, cultura, saber y actitud crítica, para que el discurso oficial no pueda seguir moldeando mentalidades y sentimientos a través de sus medios de comunicación, de sus planes de estudio y de los valores que transmite mediante la ficción de diseño.
Una vacuna que impida que una mayoría asustada, aprovechada o indolente tolere irresponsablemente que se tomen medidas que van en contra de la salud, de la economía y de la dignidad de todos.
Una vacuna que proteja a nuestros niños de los tiranos que les niegan el futuro. Una vacuna que sirva de escudo a nuestros mayores frente a las liquidaciones masivas. Una vacuna que preserve la libertad. Una vacuna que detenga este golpe totalitario mundial que tan nefastos efectos adversos va a tener a corto, medio y largo plazo. Una vacuna contra los negacionistas de la vida.
Una vacuna que fortalezca a la ciencia, para que ésta regrese cuanto antes a una senda independiente que no haya sido trazada según los intereses de las grandes corporaciones farmacéuticas.
Es imprescindible que llegue ya la vacuna que haga que una cantidad suficiente de personas despierte del miedo y se niegue a ser usada de manera temeraria como material de experimentación clínica, social y económica.
Porque hasta que no llegue esa vacuna no alcanzaremos la inmunidad frente al daño que la élite está provocando a través de sus empleados políticos, financieros, sanitarios, mediáticos, judiciales, policiales…
No podemos demorar el recibir una vacuna que nos libre de la epidemia dictatorial que están implantando.
La cuestión es que no hemos de esperar que ese remedio provenga de fuera, sino de lo más interno de cada uno de nosotros.