Escuché ayer los comentarios de un grupo de analistas especializados en geopolítica. La geopolítica es como el parchís, pero en vez de con fichas, con muertos reales, a veces por millones y millones. Parecían expertos de verdad, quiero decir, conocedores de su materia, y no como los de la tele, que son meros actores pagados por una facción política determinada para repetir las consignas recibidas. Y hablaban estos señores tan doctos de los datos que dicen manejar los gobiernos respecto al apoyo entre la población de la democracia. Llaman democracia a esto que nos han puesto, pero bueno, aceptemos que ellos creen eso o no avanzamos. La cosa parece estar en que el personal ha dejado de creer en los gobernantes, dijeron. Y puntualizaban que los de arriba, a quienes llamaban élites, habían roto el pacto social, yendo a lo suyo, y que en consecuencia los de abajo ya no sienten que el sistema los respalde.
Una misma frase, dicha de otro modo, cambia por completo el significado y el fondo del asunto. Tomemos una sentencia que aglutine lo dicho en el párrafo anterior. Por ejemplo: “Las poblaciones han retirado su confianza a los sistemas democráticos, decepcionadas por la falta de compromiso de las élites”. Ése sería, más o menos, el mensaje que escuché en la tertulia de analistas. Sin embargo, si decimos lo mismo variando el registro semántico, la cosa cambia. Ese pensamiento yo lo expresaría así: “La gente ya se ha dado cuenta del engaño en el que lleva toda la vida y no sólo ha perdido la confianza, sino también la esperanza”.
Hablo de esperanza porque lo que les han robado a los viejos es el presente, pero a los más jóvenes, el presente y el futuro. Y no roban el pasado porque no pueden, aunque hacen todo lo posible por mentirte al respecto y alterar tus recuerdos.
No es que se le haya retirado la confianza a la democracia, es que una parte considerable y en aumento de la gente se ha dado cuenta de que se le ha estado llamando democracia a un sistema de escenificación de una forma de esclavitud disfrazada de libertad. No es que los políticos nos hayan defraudado, es que hemos comprendido que son marionetas en manos de sus amos.
No es que los sistemas de asignación de diputados a partir de los votos nos parezcan mejorables, es que hemos alcanzado la convicción de que nadie cuenta voto alguno, de que todo es puro teatro.
No es que se haya erosionado nuestra confianza en las autodenominadas élites, es que hemos escapado mental y espiritualmente de un sueño dogmático cuyo único objetivo era mantenernos presos y parasitados por ellos.
No es que exijamos listas abiertas o cerradas, o representación por distrito o referéndums a la suiza: es que hemos comprendido que habitamos una granja dominada por dueños despiadados.
Ya pueden salir disfrazados de lagarterana y cantando cositas de Queen, o cualquier otra cosa aún más ridícula, como es todo cuanto proclaman. La confianza es como la inocencia, porque de hecho ambas pertenecen al mismo don: y cuando se pierde, no regresa. No es no, ¿no decían eso en una de sus campañas propagandísticas? Pues no: no os creemos ya, no os volveremos a creer jamás, y ya ni siquiera os consideramos.
¿Cómo va a subsistir un sistema en el que al menos un tercio de la gente siente este asco hacia las instituciones? Y al alza esa fracción. ¿Cuánto más pueden sostenerse empleando la mera violencia? Supongo que tendrán estimaciones al respecto. Y la prisa con la que apuran sus crímenes es prueba de que ellos mismos se dan poco tiempo, muy poco. Pues por poco que sea, se va a hacer largo.