Censura

Con la libertad de expresión hacen como con lo de los votos: puedes ejercerla, siempre y cuando no vayas contra el sistema. Es decir, puedes hablar o votar, pero teniendo claro que no sirve para nada. Durante el último tercio del siglo XX y hasta hace poco, fingieron que te dejaban expresarte libremente, puesto que el argumento de venta era ése, el de que había llegado la libertad. Libertades, en plural, le llaman, en una primera trampa. ¿Por qué despiezan la palabra: libertad de expresión, de prensa, de empresa, de circulación, de asociación…? Pues para lo mismo que se despieza al pollo en la carnicería. Para comérselo. Para eliminar la faceta que más interese.

Ahora le toca la libertad de expresión, como digo. En la facultad de Ciencias de la Información nos explicaban muy bien su andamiaje legal, los artículos de la Constitución del 78 que la contemplan, las leyes que se ocupan de ella… Nada. Todo envoltorio. Dice Stevenson que ellos tienen un modo eficaz de hacer que obedezcamos: negarnos los medios de subsistencia. Usted puede decir lo que quiera, claro. Otra cosa es que, a raíz de ello, nosotros lo matemos de hambre.

De todos modos, la razón por la que durante algunas décadas fingieron dejarte hablar es porque creían totalmente colonizada tu cabeza. Puedes hablar, sin problema, como que vas a decir lo que nosotros previamente te hemos metido en la sesera. Tantos años de sistema educativo y de medios de comunicación poniendo sus huevos en tu entendimiento les garantizaban a ellos el control emocional, intelectual y de la voluntad.

Sin embargo, a la fuerza ahorcan, se suele decir. Desde 2020, y con esto de las redes sociales como acicate –otro modo de control, por otra parte, ya que a los más díscolos nos tienen baneados, silenciados, ocultados–, cierto es que el hecho de que vivimos encarcelados en una granja comandada por criminales se ha tornado evidente. Y el número de presos que se ha dado cuenta ha crecido. No todos cuantos lo perciben lo dicen, ya que el miedo o la estrategia de silencio los mueven hacia la discreción. Pero ha aumentado ese porcentaje de personas que llaman canallas a esa canalla, que hablan en plata del sistema podrido que padecemos, que denuncian los crímenes continuos del globalismo –están matando al campo y a quienes lo habitan–, o los varios genocidios y proyectos de guerra que tienen en marcha.

Para silenciar a esas bocas que claman que el rey está desnudo, primero inventaron sus ministerios de la verdad, sus verificadores, que trabajaban indigna y ridículamente para convencerte de que la verdad es mentira y de que sus mentiras son la verdad. Como no les ha funcionado, y ahí los tienes a algunos, intentando cambiar de bando o abandonar el barco como ratas antes del naufragio, pues directamente pasan a la censura.

En la nefasta y tan dañina UE, esa institución que materializa el hecho de que gran parte de Europa constituya una colonia de la CIA, ya se preparan para ejercer la censura a las claras, no como hasta ahora, que lo han hecho más o menos de tapadillo. Aquí en España también, cómo no. Y hay que agradecérselo. Porque la censura agudiza el ingenio, aviva el seso y despierta, ya sabéis. Y nunca consigue eclipsar los crímenes cometidos, sino todo lo contrario. Aquí os esperamos, censores, cargados de palabra, de lenguaje, de metáforas. Nos vamos a entender de maravilla. La censura, en definitiva, es una buena noticia: porque supone un rotundo signo de debilidad del sistema, incapaz ya de frenar su decrepitud, su deriva, su fin.


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