Un casting consiste en la selección de actores previa a un proyecto cinematográfico, y supongo que también dramatúrgico e incluso publicitario. Se trata de un anglicismo muy extendido; sabemos de qué hablamos cuando decimos casting, aunque en español contemos ya con su sinónimo audición. Pero, como digo, la voz se halla tan normalizada entre nosotros que la Academia admite su empleo e incluso menciona la adaptación gráfica castin, que a mí, francamente, me resulta chocante.
A veces, fantaseo con mis propias selecciones de actores para papeles que son imposibles, porque en muchos casos los actores en cuestión ya murieron. Pero se trata de encontrar un hallazgo estético, sin mayor pretensión. De entrada, creo que es imposible escoger a un mejor Manolete que Adrien Brody, aunque la película no estuviese a la altura del mito del Califa cordobés. El otro día se me ocurrió, contemplando una foto del escritor León Tolstói, que el enorme Fernán Gómez lo habría clavado. Cuando me cruzo con Cayetana Guillén Cuervo por los pasillos de RTVE siempre le espeto con voz grave: ¡Lucrecia Richmond! Y ella se ríe y me hace una reverencia a la que yo correspondo cómico y exagerado, porque eso es lo que le gritó Fernán Gómez encarnando a don Rodrigo de Arista Potestad en El abuelo de Garci –qué novelón de Galdós, por cierto–.
Tengo más gente para el casting. José Sacristán habría interpretado de lujo a Pessoa. Pero Pessoa murió joven, y Sacristán casi dobla la edad con la que falleció el poeta, me dicen por ahí al fondo. Bueno, listillo, pues que encarne a un heterónimo. ¿Contento?
Alfredo Landa, el gigante Germán Areta de El crack, qué buen Ramón Gómez de la Serna habría hecho. Lo imagino en la tertulia del Café Pombo, en la calle Carretas, con el flequillo relamido y ejerciendo de anfitrión, echándole greguerías al gintónic.
Pero vamos al turrón, que se se pasa la columna y hacen falta más nombres que la sostengan. Clint Eastwood, Jesucristo. Menudas Bienaventuranzas nos habría lanzado, de qué manera tan impecable hubiese entrado en el templo para echar a los mercaderes. Loles León, la Magdalena, claro.
Sabina ya hizo de Groucho en Sinatra, y de Sabina habría hecho muy bien en su día Al Pacino. Aute sería Leonardo da Vinci. Scarlett Johansson, Atenea. Anthony Perkins, Bobby Fischer. Danny DeVito, Berlusconi. Sophia Loren y Monica Bellucci, Dulcinea y Aldonza Lorenzo, respectivamente; o al revés. José Luis Gil, el Quijote. Ingrid Bergman, Agatha Christie. Robert Redford, el torero Tomás Angulo –si no sabéis quién es Robert Redford, buscadlo, carajo–.
Sé que esto no sirve para nada, esto de hacer castings imaginarios. Pero es que lo inservible es fundamental en este tinglado de ir tirando día a día, opino. Cómo no voy a creer eso, con la de años que llevo afanándome en la poesía, en la escritura en general. Y además, no finjáis: vosotros también hacéis estos castings. Y si no los hacíais, los haréis a partir de ahora, so viciosos. Cayetana Guillén Cuervo, por cierto, qué buena Galadriel. Se lo tengo que decir.