Sería imposible determinar cuántas veces hemos caído madriguera abajo mientras seguíamos a Alicia, que a su vez perseguía al conejo. Lo pensé el otro día, al ver que hay una exposición en Madrid sobre el mundo de Lewis Carroll. La fascinación que siento por esa historia no es nueva. Hace muchos años escribí una novela en la que aparecía Alicia, más crecida y morena, como un personaje central. Se titula La última maravilla de Alicia, en Ediciones Evohé, y en esas páginas hay mucho Madrid, mucho Carroll y mucho Stevenson, que también hace su cameo.
En fin, que supongo que acabaré yendo a esta nueva exposición. Pero Alicia, decía. Parece ser que no soy el único chalado con la historia de lo que le pasó al otro lado del espejo. En septiembre del año pasado, trabajando en la Feria de Albacete, paré en un hotel repleto de referencias a la novela: cuadros del conejo mirando el reloj, Humpty Dumpty sobre su muro, la Reina de Corazones exigiendo que se cortasen todas las cabezas… Hasta el nombre del hotel contenía el de Alicia. Pregunté por el asunto, extrañado, y me explicaron que el dueño del establecimiento es un fanático de la novela de Carroll, y de ahí la estética. «Hay gente que está peor que yo», pensé, en cierto modo aliviado. Porque una cosa es escribir una novela con el personaje, pero poner un hotel con el Sombrerero Loco como socio…
Al escritor, Lewis Carroll, matemático y fotógrafo y no sé cuántas cosas más, se le intuyen maneras elegantes. A mí me recuerda la gracilidad del torero Juan Ortega, que por otra parte es de los que mejor visten. De Carroll, amante de la fotografía, se ha dicho mucho en cuanto a su discutible relación con las niñas. Algunos hablan del mito de Carroll, defendiendo la inocencia del escritor respecto a esas supuestas tendencias pedófilas. Da mucha grima el asunto, evidentemente, y uno prefiere quedarse con sus novelas y punto. Silvia y Bruno, por cierto, o La caza del Snark, son otras obras recomendables de este hombre.
Se habla de metaliteratura, que viene a ser que lo ficticio y lo real se confunden, se funden, juguetean el uno con el otro. A mí siempre me ha tirado ese palo, y de ahí que Alicia y su tropa se me apareciesen en la novela mezcladas con lo costumbrista. Sin embargo, aunque el libro está escrito en pesetas y no en euros, es decir, que tiene su tiempo, la verdad es que ha acabado acertando. Me refiero a que el mundo de ahora es metaliterario. De hecho, creo que Meta es algo, la empresa de lo del WhatsApp, me parece, uno de esos artilugios que nos han dado para espiarnos y controlarnos mientras hacemos como que nos comunicamos. El metaverso, han llegado a decir también.
En un sitio donde la gente emplea su fin de semana en empanarse una temporada entera de una serie, algunos de ellos viéndolo a doble velocidad para que les dé tiempo a más, la ficción ha tomado la realidad. No es que la realidad cree la ficción, no: al revés. Es la ficción la que ha penetrado hasta las entretelas de todo esto. Ved el panorama, amigos, y reconoced que esos personajes no podrían estar ahí sin una dosis de demencia por nuestra parte. La Reina Roja parece más sensata que los dirigentes actuales. ¿Quién sueña a quién?, se pregunta Alicia al acabar la segunda parte. ¿De verdad esto es un sueño? Cuando se habla de los despiertos, yo nunca sé: a veces sospecho que la ensoñación es lo que veo al despertar. Toda esta locura no puede ser real, me digo, a lo mejor sueñas que estás despierto.
Al final, el que va a tener razón, el más cuerdo, acabará siendo el dueño del hotel de Albacete, al que imagino mirando por la ventana de la buhardilla, acariciando al gato de Chesire, mientras fuera el mundo se deshace y Alicia no llega.