No sé de quién es la frase de que «si hay magia en este mundo, está en el agua», pero el tipo lo clavó, me parece, aun admitiendo otros tipos de encantamiento posibles, tales como la luz o la siesta. Y los sueños, que nadie sabe qué son pero yo acabo de recordar que esta noche soñé con Rocío Jurado, y que ella cantaba y yo me extasiaba por lo bien que lo hacía. Así vivo.
Si hay magia, está en el agua, decía –a punto ha estado la columna de tirar por lo de la Jurado, temazo de domingo, pero no–. Porque ahora el agua se ha vuelto a poner de moda debido a un cambio de guardia en la poltrona de una de esas instituciones que nadie sabe de dónde ha salido pero que pagamos entre todos para que nos digan cómo tenemos que vivir, el Foro Económico Mundial o, según sus siglas en román paladino, HDLGP. Y es que resulta que el baranda que han colocado es uno que ya estuvo cuidando de nuestra alimentación en Nestlé o no sé qué otra marca de piensos para el ganado de la granja mundial. Y que dijo el tipo que habría que pensar que el agua no debe ser gratis, que cómo van a permitir eso, hombreporfavor. Comprendemos que detrás de tal estrategia encaminada a la esclavitud y al exterminio se esconden las verdaderas razones del derribo de presas, de la suelta de aguas a mansalva, como hicieron con el crimen de Valencia, lo que llamaron DANA, o con la privatización de las aguas.
Si os tomáis un copazo con Váitovek, en un rato os explica lo del bien demanial. Entendiendo que el agua como concepto no puede ser considerada objeto especulativo, que un grupo determinado pretenda cobrarla o impedir el acceso a ella no habla sino del carácter de tales gentes, en cuyo pecho cuelgan, no sólo las medallas adjetivales de ladrones, sino también las de criminales.
Ha llovido hasta decir basta. Estallan de verde los campos. El ciclo del agua, incluso siendo pretendidamente alterado de manera artificial, como vemos casi a diario, no se detiene. Estos diosecillos perturbados que pretenden indicarle al mundo cómo ha de actuar, dictando nuevas leyes fundamentales de la naturaleza, han de parecer ridículos a los genios del agua, a las razones secretas por las que se mueve cada gota.
Las aguas subterráneas, los grandes polos, las aguas de arriba y de abajo de los cielos. Las blancas compuertas del agua. Las íntimas organizaciones de cada copo de nieve. El noviazgo de los ríos. Las piscinas azules de la infancia. La redención de la lluvia sobre los campos de abril. El traje de las mañanas de la niebla entre los olivos. La firma acuática del arco iris. El consuelo del oasis. El manantial como futuro estuario. La laguna, costa interior. El látigo con el que las tormentas doman a los incrédulos mortales. Nemo a salvo del tifón. Melville organizando venganzas por los siete mares. Simbad y Shakespeare sobreviviendo a sus propias tempestades. El agua con memoria, que es la lágrima. El agua y la sal hermanadas en el sudor. La insistencia erotizante de las olas en la arena. El verso de la saliva besada.
No han aclarado los dementes que se creen al mando de qué modo piensan atajar el milagro del agua. Porque, si hay magia, en efecto, ésta reside en el agua. Y en el tiempo. Y en la palabra. Y en el deseo. Y en la libertad.