Mediado ya octubre, que enfila su recta final, el manto de la noche va cubriendo la jornada tanto durante las primeras horas como por la tarde. Y pronto volveremos al horario de invierno, más natural, más agradable para mí, tempranero y cada vez menos trasnochador. En este tiempo, Frodo Bolsón solía ponerse triste. Le palpitaba y le dolía la cicatriz de la herida que le había causado el Nazgûl en la Cima de los Vientos, y en ese otoño de la Comarca, que imagino con mucho paseo y mucha taberna, Frodo se andaba preguntando: ¿Cómo se retoma el hilo de una vida?
Me siento un poco como Frodo, con la temporada taurina llegando a su fin y el cuerpo clamando por un descanso después de tantos senderos y emociones. El tiempo me acucia, pero los calendarios y los astros se ponen de acuerdo sin que yo tenga que forzarlos, negocian por su cuenta, de modo que las semanas que me restan para entregar la novela de Córdoba transcurrirán con el coche adormecido en la cuadra y sabiendo que los caminos, de momento, descansan.
Pero, ¿cómo se retoma el hilo de una vida después de haber visto despedirse a Morante, después de haber contemplado a Tomás Angulo asaltar Troya en Almendralejo y después de que el mismo torero, nada más vernos, me dijera: «Manuel, que se nos han ido a la vez Morante y el Selu»? José Luis García Cossío, el Selu, el de la chirigota de Cádiz, también se corta la coleta. Y recordemos que Sabina anda de temporada final, más en el adiós que en el hola.
¿Quiénes nos van a quedar? A mí los jóvenes me parecen cada vez más jóvenes y estoy viendo a gente que antes era de mi edad pero que ahora está mayor. Mi hija empieza a hacer algunas de las cosas que de mí temían que hiciera… e hice.
Porque retomar el hilo de una vida es regresar del viaje y pretender que nada ha ocurrido. Pero eso no es posible. El Frodo que volvió después de arrojar el anillo al fuego ya no era el mismo que se fue. También el antiguo Frodo se disolvió durante su aventura, dando paso a otro más sabio, sí, pero más cansado y más triste. Se puso a escribir, como se suele, pero ni por ésas logró escapar del dolor de las cicatrices. Cinco años creo recordar que aguantó antes de embarcarse de nuevo hacia una nueva vida, hacia otra Ítaca, acaso definitiva.
Escribir te tranquiliza, te ordena, te ayuda a volver a tu ser. Encerrarte a escribir, como yo haré durante el próximo mes, propicia que las aguas se asienten y permitan ver a su través como antes de las tormentas. Entiendo a Alonso Quijano, entre salida y salida, con el ama y la sobrina espiándolo de reojo y barruntándose que volvería a subir a lomos de Rocinante para echarse otra vez al mundo. Así estoy yo, entre la biblioteca y la cocina y la cama y el bar, hablando con unos y con otros de todo lo que he visto: que cómo estuvieron Curro Vázquez y César Rincón, que la película de Morante ha colocado la palabra Fin pese a que pueda conocer alguna escena poscréditos, que las cosas que me contó Urdiales, que tendríais que haber visto a Angulo peleando contra Héctor y Aquiles a la vez, frente a las Puertas Esceas troyanas –que para él son los muros de Las Ventas, donde pronto tendrá que ir a confirmar–, que si Olivenza, Badajoz, Córdoba, Puente Genil, Cabra, Sevilla, Cariñena, Fuendetodos, Brihuega, Segovia, Cáceres, Alicante, Valladolid, Malaga, Pontevedra, Almería, Santander, Arnedo, Salamanca, Madrid…
La despensa está llena de cara al otoño; llena de vivencias, con el corazón pleno después de numerosos momentos emotivos. Morante lloró cuando nos hizo llorar. Rincón le brindó un utrero a sus hijos y eso a mi amigo Jose Gordillo le dio la idea de bridarle a la hija su propio trabajo: «Va por ti, Daniela, este coche que dejo impoluto». Tomás Angulo tuvo la generosidad de brindarme un toro –Cariñoso, de Peñas Blancas– y ese brindis no pudo ser más inmerecido ni más hermoso: a mí creo que nadie me ha dicho nada tan bonito nunca. El Marqués me espera para dar forma gastronómica al otoño. Y quiero entrevistar a Fernando Robleño y a Víctor Hernández y leer los libros de Chicuelo y de Miguel Aranguren y escribir ciertos poemas y ver al maestro soriano José Luis Palomar en Arévalo… Al final, uno lee ciudades, habita libros y escribe días. Y en mitad de esa confusión, ¿cómo se retoma el hilo de una vida? ¿Cómo? No lo sé, Frodo. Yo tampoco lo sé.