Los pies

Cuántos ebanistas finos y con oficio parecen haber trabajado en ellos hasta conseguir un acabado tan elegante. Los pies. Las bases del cuerpo, su conexión con la tierra, con el mundo terrenal, nuestro polo sur, la parte más alejada de la cabeza, las antípodas de la frente y de las ideas. Veintiséis huesos. Treinta y tres articulaciones. Más de cien músculos, tendones, ligamentos. Pero, qué milagro de la ingeniería. ¿Se pueden explicar los pies?

Se habla de su fealdad: más feo que un pie, se dice, pero yo nunca he entendido que se los ponga como ejemplo negativo, pues me puede la admiración que siento por su diseño, por su estética y por su función. Cuando veo a un Cristo crucificado, esculpido o en pintura, siempre me fijo en sus pies, antes que en cualquier otro detalle, y compruebo si el artista ha sabido reflejar la perfección, la sutileza de tal anatomía.

Caminamos y vamos depositando sobre las plantas una memoria de lo andado, como si en cada paso escribiésemos una página en el cuaderno de bitácora, con capítulos dedicados al polvo de los caminos del campo, o a las aceras indecisas que nos agitan por la ciudad, o al asfalto de las carreteras sobre las que pisamos el acelerador y el embrague.

El pie, tan pequeño y simpático en el recién nacido, pidiendo calzapollos, cosquillas y un especialísimo cuidado a la hora de cortales las uñitas. El pie después aprende a erguirse, a soportar a la criatura, en principio como un juego, pero entonces se da cuenta de que el juego va en serio, de que esa postura será definitiva y de que se extienden ante él décadas enteras de obligación y sostén del resto del cuerpo.

Y echarse al mundo, a hilar una biografía compuesta de pasos de muy distinta naturaleza: equivocados, gozosos, perdidos, inspirados, misteriosos, sorprendentes, inesperados, felices… Y a cada paso, ambos pies se siguen, se persiguen sin encontrarse, adelantándose y esperando al otro sucesivamente. El pie derecho espía al izquierdo, que a su vez vigila al otro, cada uno de ellos armonizándose con el siguiente movimiento de su siamés.

Y el dolor del pie, qué heredad más dudosa para quienes lo soportamos, perenne, constante, de ausencia inimaginable ya. ¿Cómo era cuando no dolían todo el tiempo los pies? ¿No venden pies nuevos en El Corte Inglés o en Amazon o en el zapatero de la esquina?

Un masaje en el pie, una presión en su carne fatigada, en su piel, en el tobillo, el talón, el puente de la planta, el empeine, en los dedos, que son pequeñas floraciones caprichosas de una primavera a destiempo. Cuidarse los pies. Sentirlos recién estrenados tras los rituales del agua y las toallas. Andar descalzo por la casa, desde la biblioteca hasta la cocina, en busca del café, como si uno estuviese realizando una ruta de la seda doméstica, en busca de productos de allí que no hay por aquí.

Los pies parecen los más sensatos, los que nos atan a lo concreto, a lo de aquí. Pero quién sabe qué sueños albergan ellos, qué senderos tienen los pies en sus cabezas. Se dice del que se entrega con profundidad y gozo al sueño que duerme a pierna suelta, como si a sus pies se les hubiese permitido durante unas horas elegir su propio camino. Adónde irían si los dejásemos libres, sin timón, sin guías. Mis pies, me temo, repetirían cada uno de sus pasos, sobre todo los malos pasos, las meteduras de pata, los tropiezos. Mis pies sueñan que siguen golpeando la pelota en las tardes de la infancia, cuando el descampado era mejor que Maracaná y aún no sabíamos que no sabíamos jugar al fútbol. Una mujer con el tobillo fino ya tiene todo ganado, por mi parte. Y me mueve a la piedad la que se lacera con los tacones en un calvario cotidiano. Pies nietzscheanos que dan una patada al mundo y que destrozan los valores establecidos por el poder para conducirnos a la esclavitud. Pies de enamorados, dando vueltas sin sentido para que no finalice la tarde cercana al río. Pies de los vagabundos, enfermos ante la carencia de propósito. Pies libres, sin grilletes. Más hermoso que un pie, diríamos.

No sé cuántos miles de dibujantes, escultores y Da Vincis serían necesarios para diseñar el milagro y el regalo de un solo pie. Benditos sean mis dolores en los pies; los agradezco de corazón, porque me recuerdan las imperfecciones del terreno y las mías propias. Qué ganas de seguir andando, qué ganas. Ya veremos si la huella dejada sobre la arena de la existencia al menos resulta hermosa, como una palabra efímera a la que se llevará la siguiente ola del tiempo.


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