Marcos Llorente, el polifacético jugador del Atlético de Madrid, ha hablado de los chemtrails, las estelas químicas que dibujan sobre nuestros cielos casi a diario y casi a todas horas. Y ha hablado porque le han preguntado. Lo buscan, por lo tanto. Después veremos por qué y para qué.
Inquirido al respecto, Llorente ha dicho: «Yo miro al cielo y estos cielos no los había visto nunca. Entonces, normal para mí no es, y eso es lo que intento transmitir. Y no sólo lo digo yo, lo dice muchísima gente y cada vez más. ¿Y qué es? No tengo ni idea, ojalá alguien salga a decir qué es».
A continuación, la propaganda del sistema se ha echado encima del futbolista, ridiculizándolo a él como modo de ridiculizar su mensaje. De manual. Cuando el sistema desea callar algo, primero lo ignora, después lo ridiculiza y, finalmente, si esos dos pasos previos no han surtido efecto, lo ataca o elimina. Con los chemtrails, como en tantas otras facetas, nos encontramos en la segunda fase avanzada, entrando en la tercera.
La postura de Llorente pasa por admitir que no tiene ni idea de qué es lo que ve, pero reconociendo que evidentemente está viendo lo que ve. No conozco, dice, y hay que recordar que ésa es la frase que inicia el sendero del conocimiento. El poder, cuando te mantiene abducido y preso de sus miedos, sus ideas y sus engaños, también pretende dominar tus percepciones. «Estos cielos no los había visto nunca». Ni él, ni nadie. Pero ante lo evidente, ante lo que ven sus ojos, ¿a quién va a creer, a su propia percepción o al propagandista de turno, contratado por el sistema para que le diga que es vapor de agua o que eso ha sido así toda la vida o vete a saber qué?
La geoingeniería lleva en marcha, que sepamos, desde finales del XIX, y en la actualidad, hasta donde se nos ha dado a conocer, mezcla técnicas de rociado de productos químicos con la radiación de frecuencias electromagnéticas. Negar esto sí es negar lo obvio. O desconocer. O no querer saber. Lo que diga la masa da igual porque la masa va repitiendo como un papagayo lo que le enseñan. Y lo que digan los propagandistas del sistema también da igual –desde los sacrosantos expertos hasta los subempleados a los que se ha dado orden de ridiculizar a Llorente–, pues, como ya sabemos, se limitan a obedecer las órdenes que reciben.
Aquí la cuestión no está en si hay geoingeniería o no. Es evidente que la práctica existe, algo que hasta aparece en su papeleo oficial. ¿Qué son esos cielos otanizados, billgatizados, ensuciados? Hace bien Llorente en preguntar. Pero que no espere respuesta desde ninguna institución.
La cuestión es: ¿a qué viene esta pregunta en rueda de prensa, estando el jugador convocado por la Selección Española, sabiendo que él iba a responder con naturalidad y sin esconderse, pues no teme a los payasos que luego hacen muecas y burlas con sus palabras? Ahí radica lo más importante de este asunto. ¿Para qué le preguntan esto a Llorente, al que le resbala lo que replique el descerebrado que luego se gana su mendrugo de pan duro ridiculizándolo? Pues en la respuesta del protagonista tenemos la clave, precisamente, cuando afirma: «Y no sólo lo digo yo, lo dice muchísima gente y cada vez más».
Ahí está. Golazo de Llorente. Todos los telones del escenario del poder están cayendo. Cada vez más personas, muchas más, están comprendiendo que las instituciones son contrarias, enemigas, y que todo lo oficial es mentira, nocivo o, cuando menos, sospechoso y poco digno de ser creído.
El poder ha perdido toda credibilidad, y con él, cada uno de sus brazos: el político, el judicial, el sanitario, el mediático, el religioso, el cultural… Vemos nubes que no son nubes. Lo decimos. Sacan a la marioneta a reírse. Pero ya nadie mira a la marioneta, ni le teme. La gente, cada vez más, quiere saber quién mueve los hilos. Repiten como loros que creen en la ciencia. Pero no queremos mantras, sino saber quién es el asesino. Y no podemos seguir esperando a Poirot. Lo llaman ciencia pero, para ellos, es religión, me temo que empezaría el bueno del detective…
Lo que les preocupa no es Llorente. Lo que les preocupa es que cada vez hay más Llorentes por la calle, mirando hacia los cielos, haciéndose preguntas, desprendiéndose de las mentiras aprendidas, incómodos en un sistema que ha vuelto la vida inviable, sospechando de toda esa canalla caradura puesta ahí por nuestro bien. Y no son ellos, meros actores, sino que es más arriba, más arriba, hacia donde debemos señalar. ¿Quiénes son? ¿Quién es el culpable? Sherlock, Poirot, os necesitamos… ¿Os necesitamos?