Entre el Umbral y el Krahe, a ver cómo encontramos un punto de equilibro en la columna de hoy. Dice Umbral que un tipo ocioso, que se levanta y se queda ahí, a verlas venir, es una especie de estorbo, un escándalo, una molestia para el mundo, alguien que incluso llega a incurrir en el ridículo. Es partidario don Paco del hacer, de un hacer continuo. Es don Paco un homo faber, un ser que hace y que encuentra en la dedicación continua el sentido a la existencia. Claro que Umbral huía de sí mismo, de su infancia fría, de su condición de hijo nacido fuera del matrimonio, de sentirse desubicado, y luego, para más inri, de haber sido desposeído de su hijo a una edad tierna que sustituyó la infancia del niño por el luto crudelísimo y prematuro de un padre deshabitado. Sin tales dolores, sin tales cicatrices indelebles, ¿habría sentido Umbral la necesidad compulsiva de la acción? Más allá de sus terribles circunstancias, lo cierto es que fue un tipo sentado ante una máquina de escribir, ganándose la vida y el nombre armado con una Olivetti, sobreviviendo en la jungla de las letras publicadas. Y ahí queda ese punto de vista: hacer por hacer, hacer para ser, hacer, hacer, hacer, como único modo de vivir.
Enfrente, Javier Krahe, desocupado por antonomasia, tendente a la inacción, a la contemplación, a los días despejados de toda responsabilidad. El deber no me llama; andará por ahí… dice el cantante. Considera Krahe que la única obligación que le atañe es la de velar por sus hijos hasta que éstos echen a rodar por el mundo. Claro que no fue un demente a la espera de que otros le pagasen su subsistencia. Para no trabajar, primero hay que trabajar mucho, insistía. Y te instaba a afanarte para alcanzar un modo de vida que te diera para hacer lo tuyo, vivir tranquilo, con los menos sobresaltos posibles. Él lo consiguió. Nosotros, ahí andamos.
Entre la acción umbraliana y la inacción kraheística, a mí me parecce que la cosa se fusiona en lo felino, como me ha dado en llamarlo. El cazador. El depredador. El animal que se despierta sabedor de que comer es una necesidad vital y de que ha de cubrirla para seguir en esto. Levantarse, salir a cazar, llevar a cabo la acción y, después, detenerse, tumbarse, permanecer en la quietud, el pensamiento y la consideración de lo hecho. El guepardo, cuando descansa, se está preparando para la siguiente carrera, consciente de que su supervivencia probablemente dependa de contar con todos los recursos energéticos disponibles. Una mala caza, un fracaso detrás de otro, lo puede conducir a ese punto sin retorno tras el cual quede incapacitado por carencia de fuerza para volver a intentar la captura de la presa. Y entonces, él será el cazado, pero por la muerte.
Entre Umbral y Krahe, pero más Krahe que Umbral, uno se da a la acción no sólo como forma de vida, como oficio, sino también para ordenarse, limpiarse, fortalecerse. El otro día, un señor casi octogenario me comentaba que él se mantiene en movimiento, aún activo en sus labores del campo. Al cuerpo, como le hagas caso, se detiene y se echa a perder, me aconsejaba. Adoptando esa misma postura, me contó que sus padres superaron con creces los noventa años, acercándose al siglo y mereciendo una muerte rápida e indolora. La del jaguar anciano, que ha cumplido. El depredador, cuando acaba de comer, no se va a echar más horas: se tumba a descansar. Eso me decía el Krahe entre vino y vino. Qué difícil equilibrio entre lo mortal, lo rosa, las cábalas y las cicatrices. Qué bien sienta madrugar y ponerse al lío. Tan bien como, después, habiéndolo dado todo, satisfecho por el esfuerzo y a veces por el resultado, disfrutar de un descanso merecido y consciente. Felino.