Espiral

De los pocos profesores de la universidad que recuerdo con agrado, uno es José Luis Dader, que impartía la asignatura de Opinión Pública. Eran valiosos algunos de los conocimientos que ese hombre nos transmitió a los que resistíamos en cuarto curso con miras a acabar cuanto antes aquel trance académico. Una de esas enseñanzas fue la del concepto de espiral de silencio, enunciado a finales de los años setenta por la politóloga alemana Elizabeth Noelle-Neumann. La espiral de silencio consiste en que los individuos que conforman una masa detectan las opiniones tomadas por correctas por el colectivo en el que están inmersos y se guardan de lanzar opiniones que resulten contrarias a ese sentir, por miedo a ser señalados o rechazados. Las espirales de silencio se estudian en las votaciones –aunque sepan que sabemos que nadie cuenta los votos, ellos siguen a lo suyo, porque los engaños mayúsculos hay que sostenerlos hasta el final–.

Me interesan las espirales de silencio porque no son inocentes: como es obvio, los dueños de esta granja conocen el funcionamiento del grupo como masa –de eso viven–, de modo que cuando encontramos algo que no se puede decir, detectamos de inmediato una orden dada desde arriba para que el rebaño no detenga su vista en ciertos aspectos que podrían poner en duda la cadena de esclavitud instaurada por el sistema.

En la actualidad, casi todos los temas están afectados por una espiral de silencio, dado el punto de mentira y de maltrato social al que hemos llegado por parte de las instituciones. Los que vean informativos o programas de debate en la tele –nunca hay debate, por cierto, sólo discuten por ver quién está más de acuerdo– se habrán percatado de que la única misión de esos contenidos es la de decirte qué es correcto pensar y qué es incorrecto.

¿Qué pensamientos concretos esconden las actuales y diversas espirales de silencio que nos rodean? Muchas, pero todas con algo en común: están conectadas y separan el grano de la paja, separan a aquellos que siguen creyendo en las instituciones de aquellos que ya sabemos que éstas son contrarias a nosotros. En España, algunas resultan muy claras y echan abajo toda credibilidad del sistema. Enumeremos. La primera, la ya dicha: el que las instituciones son criminales y constituyen el enemigo. Pero sigamos, en un breve pero significativo listado. La inmigración es un arma de los de arriba para deshacer la sociedad, violentarla y empobrecer aún más a todos, en especial, a los que menos tienen, mientras que a la par supone un negocio millonario para los de arriba. Lo del cambio climático no se lo cree nadie ya: sabemos que son ellos quienes rocían los cielos con productos, quienes prenden fuego a los montes, quienes abren compuertas de embalses para asesinar a miles y miles de personas. Los impuestos son un robo. Y no van para sanidad o educación. Las empresas farmacéuticas no tienen interés alguno en tu salud, sino en el deterioro de la misma. Lo que te pincharon era malo, y lo sabían. La Unión Europea y el euro han supuesto un destrozo de nuestra calidad de vida. Los políticos discuten en público pero en privado brindan con caros vinos pagados con lo que nos roban mientras se ríen de que algunos sigan defendiéndolos. Esa banda política no manda: es simple empleada actoral de quienes de verdad ejercen el poder. La denominada democracia es un puro paripé para hacer creer que tú decides algo en este tinglado. Mentira. Todo cuanto ocurre –desde el apagado hasta el mal funcionamiento de los trenes– es provocado, con el único deseo de destruir y destruirnos. El sistema educativo tiene la misión de que tu hijo alcance la adolescencia convertido en un estúpido ignorante con aversión por el conocimiento y despojado del amor propio. Las divisiones creadas en la sociedad son diseñadas por ellos, porque discutiendo entre nosotros nos distraemos de sus canalladas: hombres contra mujeres, viejos contra jóvenes, regiones contra regiones, izquierdas contra derechas… Izquierda y derecha, por cierto, no son más que etiquetas sin contenido cuyo único fin era ése: dividirnos para manejarnos mejor.

Detecto como principales, entre otras, estas espirales de silencio. Se trata de percepciones que el sistema pretende ocultar. Pero cada vez se quiebra más el tabú. Yo, que no siento la presión de tener que amoldarme a los dictados de unos criminales, así lo percibo: cada vez más gente está escapando de las mentiras impuestas y cada vez menos callan por miedo al qué dirán. Cuando les hablas claro, ya te dan la razón. Algunos, de hecho, empiezan a fingir que siempre pensaron así, prueba del fin de la espiral de silencio y del cambio de tendencia. Ojalá pudiera saber qué opina el profesor José Luis Dader de todo esto. Siempre hubo justos en Sodoma. Él lo fue.


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