La senda

Si te apartas, si te adentras ahí donde acaba la ciudad y comienzan los campos, con sus veredas amarillentas que parecen prometer llevarte a cualquier lugar, quizá puedas optar al silencio. Una piedra puede ser un buen asiento, mientras procuras no ver lo que están haciendo sobre los cielos. Enciendes un cigarro, cierras los ojos y escuchas qué dice ese murmullo del campo, que se parece al silencio pero que nunca está callado. El viento, los pájaros, lejanos ecos de los coches que cruzan las carreteras camino a ningún sitio. Será difícil, amigo, que en ese momento no escuches también el susurro de la voz del poeta recitándote sus sabias palabras: «Qué descansada vida la del que huye del mundanal ruido, y sigue la escondida senda, por donde han ido los pocos sabios que en el mundo han sido».

La senda se esconde. No es la que se encuentra a la vista. También Cristo habla de la estrechez de la vía correcta en contraposición con las anchuras de lo fácil. Multitudes marchan por las autopistas que conducen a la esclavitud, a la miseria moral más absoluta, a la destrucción. Multitudes en fila dispuestas a que les inoculen una banderilla más, a ver si por fin detienen el sufrimiento de esta vida. Multitudes en fila ante las urnas, aguardando su turno para dejar constancia de que entregan su libertad a los mismos criminales que las están machacando. Multitudes corren, pero en círculo, sin dirigirse a ningún destino.

Pocos sabios han sido, asegura Fray Luis de León, los que han hallado el camino correcto. Es el camino hacia la paz. Hacia el entendimiento. Hacia la sabiduría. Estudias la historia del conocimiento, plagada de mentiras sustituidas por mentiras nuevas, preparadas como modas para cada generación distinta, y te topas con gente aislada que siempre ha descubierto el modo de conocer. Por regla general, de forma autodidacta o, al menos, esquivando los discursos oficiales. Hablo de este tiempo pero también de los anteriores. Supongo que en Egipto, en Atenas o en Roma también padecieron, a su modo, el hecho de que la maldad gobernase el mundo a través de la imbecilidad y la miseria moral colectiva. Eso sí: hasta donde sabemos, nunca hemos tenido el acceso a tanta información como ahora. Luego la estrategia de los amos de cortijo ha cambiado: ya no ocultan el conocimiento, sino que lo rodean de mentira y de distracción, para que resulte fácil desbrujularse y fatigoso el hecho de proseguir en busca de la verdad.

Pero la verdad nos ha alcanzado a nosotros, aunque haya sido por descarte. Transitar por los desahogados caminos de lo oficial ya no es posible, revelada la maldad de su trazo. Casi que habría que agradecer que no nos hayan dejado más opciones que escoger esta estrecha, escondida y solitaria senda que, hasta ahora, tan pocos sabios habían tomado. En septiembre, muchos sienten la sinrazón en que habitan, esa jaula desde la que se espera que no dejen de darle a la rueda. ¿Se puede escapar? ¿Habrá valor para hacerlo? ¿Qué hace falta? ¿Qué nos hace falta? Tienes razón, poeta: qué descansada vida.


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