Morante

A usted le gusta Morante, sólo que todavía no lo sabe. Me dirijo a usted, sí, que no se ha acercado nunca al rito de los toros pero que posee una sensibilidad perceptiva de lo extraordinario. No me dirijo a usted si ya es aficionado y más aún morantista, porque ya tiene su propia opinión al respecto y lo que se escriba aquí no le añadirá nada a su conocimiento; evidentemente, puede seguir leyendo y ver lo que ese otro lector y yo tenemos que decirnos. Y no me dirijo tampoco a usted si su sentido es contrario al rito de los toros, porque entonces usted ya ha dejado de leer, a lo cual tiene todo el derecho, faltaría más; y en casos agudos es probable incluso que haya salido airado de la columna, me haya silenciado y bloqueado. Magnífico.

Me dirijo a usted, en cambio, le decía, a usted, a quien le gusta Morante pero aún no lo sabe. Sin ser favorable ni contrario, no ha tenido ocasión de acercarse al ritual taurómaco. Ha escuchado hablar mucho sobre este torero de La Puebla del Río desde hace un par de días, pero quizá no sepa a qué se debe tal repercusión, tales memes y ecos, tales frases laudatorias en que los creyentes morantistas llevan deshaciéndose desde el anochecer del miércoles como si fuesen en procesión y ellos mismos ejercieran de cirios.

Morante ha cortado dos orejas en la Feria de Abril de Sevilla, en la Maestranza, pero su actuación ha impactado más allá de lo numérico. Habrá comprobado usted desde fuera que incluso se ha establecido una disputa dialéctica entre quienes opinan que lo hecho por el diestro alcanzó cotas altísimas y aquellos que ponen objeciones y sacan la vara de medir para mensurar milímetros y dictaminar si las dos orejas fueron o no fueron de ley. Debe saber usted, querido morantista oculto y que aún no lo sabe, que gran parte de la riqueza de esto reside en la opinión, que responde a sentires distintos, razón por la cual jamás se pondrán de acuerdo. Porque mire, la tauromaquia es un espejo: le devuelve a cada uno su propia imagen. Por eso unos ven una cosa y otros, otra. ¿Mienten? No. Todos portan sus razones, sólo que ante el espejo, evidentemente, cada cual ve una imagen distinta.

Y Morante es el espejo en el que muchos se miran el alma. José Antonio Morante de la Puebla, ha de saber usted, lucha contra una dolencia que le desconecta de sus propios sentimientos y que le obliga a tratamientos muy duros y que lo mantienen al borde de un abismo que es el que se abre en su interior. Eso dota al asunto de una significación especial. Es un hombre roto y por las grietas se le sale la luz que lleva dentro. No es necesario que usted maneje un arsenal de nombres técnicos para saber cómo se llaman los lances a una mano que realizó el torero, si inició por estatuarios o si se tiró con la espada en la derechura. Como dice Carmelo López, le va a emocionar lo que hizo Morante en Sevilla del mismo modo que le emociona Miguel Ángel en La Piedad, la Sixtina o el Moisés, sin necesidad de saber de pigmentos, medidas ni perspectivas. Usted siente la fértil mirada de Julio Cortázar o la hondura de los matices de Pessoa sin tener que llevar colgado del cuello un diploma que lo acredite como catedrático de Literatura. Usted puede llorar, emocionarse, comprender su propio dolor, sus desamores, sus vacíos, sus desgarros, sus ausencias y saber por qué esa cicatriz, maldita sea, sigue sangrando cuando se hace de noche, sólo con ver lo que hizo Morante en Sevilla la otra tarde. Por eso, querido amigo, sólo por eso, usted es morantista aunque hasta hoy no lo haya sabido. Qué misterio, ¿verdad? Enhorabuena. Y bienvenido.


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