ZBE

Machado suele dar siempre con la clave. «¿Dijiste media verdad? Dirán que mientes dos veces si dices la otra mitad». El poder es hábil a la hora de manejar las verdades y las mentiras a medias. Su estrategia pasa por plantar la semilla del engaño en una maceta abonada con alguna cosa cierta, de modo que el vegetal crece y los botánicos menos avisados no perciben que se trata de una planta carnívora, de una creación contra nosotros. Es lo que hacen con el ecología: claro que hay que preservar el medio, como que somos parte de él, pero con esa excusa arrancan olivos, abren compuertas de embalses y manipulan el clima, algo que llevan haciendo desde finales del XIX, aunque a muchos esto aún les sorprenda. No nos pagan para convencer de lo obvio. El que no ve ya es porque no quiere ver, y hace ese esfuerzo, generalmente por miedo. Desde arriba mienten a partir de una mínima verdad en todas las cuestiones: animalismo, pobreza, violencia sexual, inmigración… Todos esos temas existen, pero de un modo distinto a como ellos lo cuentan.

Con el tráfico en las ciudades, hacen lo mismo. ¿Parece necesario ordenarlo? ¿Es deseable hallar maneras de no contaminar el aire que respiramos? Evidentemente. Pero con esa excusa, implantan la zona azul, de bajas emisiones, de restricción, ZBE, como lo quieran llamar. El objetivo real es que no tengas coche, que no te muevas, que te quedes en casa. Porque están conviertiendo la ganadería en granja estabulada. A la cabra, que vivía dentro del radio que le daban los seis metros de cuerda con los que estaba atada, la quieren meter en una jaula. La cabra eres tú, por cierto. Y yo, claro está. Los padres de la cabra, etimológicamente, son ellos, que de hecho diseñan el marasmo del tráfico a la par que deshacen los transportes públicos y convierten en impracticables los accesos. Siéntete culpable por tener un diésel, mucho más eficaz que las basuras eléctricas que están intentando colocarte en una jugada que termina de darte la puntilla económica. A partir de tal culpabilidad, los ayuntamientos se convierten en los verdaderos ejecutores últimos de la esclavitud 2030, muchos de ellos sin saber ni por qué hacen lo que hacen, sólo obedecen.

Cuando todo esto pase, si pasa, las generaciones venideras se asombrarán de todo cuanto les hemos permitido hacernos. Se entenderá mal que las farolas no amanecieran con un sobrepeso político. Pero si una generación futura lo consigue –las actuales están perdidas, llevan puesto un bozal psicológico y se hallan presas del miedo y del odio que les han inoculado–, al menos es de esperar que el esperpento cruel que estamos padeciendo no se olvide con rapidez, de cara a que un nuevo grupúsculo de canallas no tenga tan fácil volver a torturar a la gente de este modo.