Umbral, la escritura

Mi juventud son recuerdos de las calles de Madrid contadas por Umbral. O de las columnas y de las novelas de Umbral leídas en bibliotecas, bares u hostales de Madrid. O quizá haya acabado siendo una mezcla de ambas cosas, como un noviazgo difuminado por el efecto del tiempo y que ha extendido sus vivencias hasta alcanzar algo de mito.

Con Umbral, aprendí a alargar las frases convirtiéndolas en los estilizados nervios de una catedral gótica. Con él, hasta lo más clásico acababa vistiendo ropajes barrocos, elevándose, retorciéndose, adentrándose en la sintaxis.

Ante los ojos del joven que fui, su prosa se transformaba en un ente vegetal que multiplicaba sus raíces y sus ramas y se colaba por los túneles del metro y por los escaparates y por los patios de luz en forma de frases subordinadas y florecidas. Sus textos desprendían cierto aroma único y poseían una música personalísima.

Con Umbral no aprendimos a contar historias. Ni a desarrollar argumentos. Ni lo del planteamiento, nudo y desenlace. Pero desde que lo leímos supimos dónde poner el adjetivo, cargado de erotismo e intención.

Lo que aprendimos con Umbral fue a escribir, y a excitarnos con el sonido de las teclas de la Olivetti, de modo que luego, cuando pasamos a la liviandad de los teclados del ordenador, la velocidad de escritura alcanzó a la del pensamiento, y por eso ha sido y es tan fácil, tan gozoso, tan purificador y tan curativo esto de escribir.

Umbral habló mal de Baroja -a pesar de que ambos son escritores impresionistas- y bien de Valle-Inclán. Habló bien de Borges y de Cela y de Delibes y mal de la novela inglesa. Umbral se dijo y se desdijo. Umbral se escribió, se corrigió, se tachó, se mintió y nos dejó decenas y decenas de títulos y miles de columnas sobre las que alzó un cielo literario, como las columnas de Persépolis ahora, que sostienen el hermoso azul de la nada.

Francisco Umbral, una bufanda, un dandi, un articulista, un cronista, un hermoso impostor de sí mismo. No recuerdo por qué me he puesto a escribir esto hoy. Ni por qué no lo escribí ayer. O sea, Umbral.


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