Ulises

Odiseo, fecundo en ardides. De todos los héroes, fue el primero en avivar mi imaginación. Supongo que el niño que fui asumió que no era posible tener las fuerzas de Sansón o de Hércules ni contar con los favores de los que disfrutó Aquiles. Pero, ¿y lo de Ulises? ¿Por qué no ser listo? Así pensaba yo a mis pocos años, contemplando la ilustración del libro de texto en la que los griegos escapaban de la cueva de Polifemo con los carneros a cuestas y engañando al cíclope.

Cuando llegaron las lecturas completas del texto firmado con el nombre de Homero –fuese quien fuese, si es que fue–, comprendí que en mi admirado rey de Ítaca lo que predominaba no era tanto la inteligencia clara como la capacidad de engañar. Fecundo en ardides, si nos lo habían dicho a la cara. La mentira es a Ulises lo que la fuerza es a Heracles. Con trucos y fingimientos es como intenta que no lo conduzcan a la guerra de Troya. Suyo es el invento del caballo para burlar las Puertas Esceas y penetrar en la ciudad inexpugnable. Y al cíclope le cuenta que se llama Nadie para no ser identificado.

¿Es acaso la mentira un poder divino? «No exageres el culto de la verdad. No hay hombre que al cabo de un día no mienta, y con razón, muchas veces», escribe Borges, que entiendo que sintió simpatía por Ulises. Sabina también realiza una encendida e ingeniosa defensa del engaño en uno de los libros que le hicieron charlando con él. Ve el cantante ubetense en el mentir un acto creativo.

Otro rasgo de la personalidad de Ulises que me rompió la idílica imagen legada por la infancia es su propensión a la queja. Llora implorando a los dioses como único recurso cuando se ve con el agua al cuello. Mucho debieron de favorecerlo desde arriba para soportar a tan lastimero hijo.

Pero si hay algo que me reconcilia con Odiseo es el afán que muestra por regresar a Ítaca y la razón que lo mueve a ello. Bien pudo quedarse junto a la ninfa Calipso, o con la maga Circe, que le ofrecía una inmortalidad colmada de placer, y hasta con Nausícaa, la princesa feacia, que según alguna tradición acaba siendo su nuera. Circe no entiende por qué él desprecia el regalo que le está ofreciendo. ¿Por qué vuelves a Ítaca, insensato, si allí sólo te esperan la vejez y la muerte? «Porque es mi deber», responde Ulises, que a pesar de que en el regreso se entretiene más que un jubilado en una obra, acaba retornando a casa, a Penélope, su esposa, y a Telémaco, el hijo.

No importa tanto Ítaca en sí como el camino de vuelta, nos recuerda Cavafis. Dándole vueltas a esto, una noche le pregunté a Javier Krahe, entre vino y vino, qué coño íbamos a hacer si algún día llegábamos a Ítaca. ¿Y si nos moríamos del aburrimiento? «Pues nos volvemos a ir», sentenció, y luego rompió a reír e inundó sus ojos azules con el mar de Ulises. Por cierto, Krahe tiene una canción genial sobre el tema.

Sólo los dioses saben qué nos espera en Ítaca, si es que la alcanzamos. Lo más probable, hoy en día, es que Penélope ande enredada por Onlyfans o como se llame eso, y que Telémaco no levante la cabeza del móvil para saludarnos. Lo mismo ni nos reconoce el perro, fijaos lo que os digo. Pero, en fin, algo habrá que hacer. No todo va a ser trabajar para el Estado.


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