Títulos

De qué hablamos cuando hablamos de títulos. A priori, a mí me sale decir que buenos títulos son Cien años de soledad o Mortal y rosa. Pero no. Hoy nos referimos a los títulos académicos que las instituciones conceden a quienes han superado una serie de pruebas que los acredita, teóricamente, como conocedores de cierta materia. Alguien recién llegado a esta sociedad partiría del supuesto de que un tipo con cinco de esos títulos sería poco menos que un erudito, a la altura de Platón y Séneca. Imaginad una pared de despacho en la que colgasen titulaciones de Matemáticas, Derecho, Biología, Medicina y Filología Clásica. Vaya prenda, ¿no?

Persuadidos por esta idea del título como sinónimo de conocimiento, los políticos fingen en sus currículums que cuentan con preparación en diversos campos. Suelen tener menos papeles que una liebre, como es obvio. Y esto sin contar los casos en los que les den directamente el certificado, bien porque paguen o bien porque el rector de turno o quien sea se lo regale a cambio de Dios sabe qué. Da un poco igual la preparación que tengan los políticos. Nos habría importado en otro tiempo, pero desde que sabemos lo que sabemos, pueden empapelar su casa entera con folios timbrados de los más rimbombantes nombres. ¿Y qué es lo que sabemos? Pues que ellos no mandan nada, que son meros empleados de los de arriba, y que simplemente los seleccionan para ocupar los cargos que ocupan en virtud de su capacidad de obediencia, de su ausencia de escrúpulos y de su ambición personal. A cambio, les nutren el ego y la cartera, les dejan robarnos a espuertas, siempre y cuando sigan cumpliendo las órdenes recibidas, invariablemente perjudiciales para nosotros.

Más allá de eso, sabido, es interesante ahondar en el meollo de la cuestión, como solemos. Nada nos debe sorprender de la clase política, que alcanza las mayores cotas de vileza en conformidad con la propia vileza creciente del sistema. Parece más productivo centrarse en ese hecho, soslayado antes, de que la formación ha derivado en deformación. Lo vimos en 2020, cuando los amos del corral más apretaron al rebaño para ensañarse con él a fuerza de mentiras, miedo y crimen. Los más obedientes a las delirantes y contraproducentes normas que gritaban, mientras las sirenas sonaban por las calles a cualquier hora con el único propósito de asustar al personal, los más obedientes fueron precisamente aquellos que más títulos tenían. Es decir: aquellos que habían pasado más tiempo siendo adoctrinados por el sistema desde sus instituciones académicas. Siempre hubo y habrá justos en Sodoma. E impíos fuera de Gomorra. Pero es lógico pensar que cuanto más tiempo pases en la sala de despiece mental más raro será que mantengas la cordura. El sistema educativo no te prepara más que para lo que el sistema necesita de ti. Nunca como ahora fue posible aprender, acceder al conocimiento, sin necesidad de que el rey Juan Carlos, haciendo un hueco entre sus muchas ocupaciones, algunas lícitas, te ponga un sello en un papel diciendo que en su nombre el Estado de otorga el título de Periodismo. Yo tengo ese papel, que me asombra. Esa firma ahí, juzgando que yo estaba preparado… ¿Y ellos? ¿Lo están? En fin.

La política es pura escenificación. Pero si sus integrantes mantuviesen algo de sensatez, habrían comprendido que en estos tiempos lo que da prestigio no es un título, sino su ausencia. Licenciado en la Nada: me fiaría más de un tipo que me enseñase ese diploma que de toda esta gente. ¿Los habéis visto, hablando con faltas de ortografía? Los Corleone tienen más decencia. Hala, a votar.


Publicado

en

por

Etiquetas: