Sánchez

Pedro Sánchez es el mejor presidente que ha habido en España hasta la fecha. Al menos, dentro del régimen impuesto en 1978, lo que hemos crecido conociendo como democracia. Yo nací con Adolfo Suárez. Fui un niño cuando el vodevil juancarlesco guionizado por la CIA en la investidura de Calvo Sotelo. Crecí pensando que Felipe González sería presidente vitalicio. Fui joven con Aznar, no tan joven con Zapatero y un tipo ya de mediana edad con Rajoy. Centrándonos en esta etapa, sólo desde Suárez hasta ahora, insisto: Pedro Sánchez es superior al resto. El mejor presidente. Y ahora es cuando hay que sentarse y dejar que entre Sócrates y nos explique qué es ser presidente y, a partir de esa definición, comprobar que, en efecto, Sánchez supera a todos.

Un presidente es la guinda de los políticos, un estadio superior al de concejal, alcalde, diputado o ministro. Si hablásemos de un ecosistema de bichos que se comen entre ellos –a lo Félix Rodríguez de la Fuente–, el presidente estaría aposentado en la cúspide de esta jerarquía. ¿Y por qué ocupa ese lugar y no se ha quedado a medio camino o expulsado de la política? ¿Por méritos propios? ¿Porque lo votan? ¿Por casualidad? No. Por utilidad. En esta columna, ya sabéis que se parte del hecho de que nadie cuenta los votos, de que los políticos son designados por otros, los que de verdad mandan, que son sus jefes y que no son quienes salen en la tele para que focalicemos nuestras iras en ellos por lo que nos están haciendo.

Para llegar a presidente, tienes que ser útil a esa gente que de verdad manda. Y has de atesorar varias cualidades. En primer lugar, capacidad de obediencia. Porque a ti te van a poner como presidente para que ejecutes las políticas que te ordenen. En el caso de Sánchez, está destrozando la economía, la convivencia, la cohesión social y territorial, la agricultura, la cultura, el presente, el futuro, el país, en definitiva. Porque para eso lo han puesto. No es idea suya. Para ser presidente, mejor no tener ideas propias. Obedeces y punto.

En segundo lugar, ausencia de escrúpulos. Evidentemente, ver cómo machacas a tus conciudadanos y que no se te mueva una ceja tiene sus ventajas. Si les anidaran remordimientos en el corazón, no podrían ejecutar los planes criminales que les son dictados y mentir con esa soltura.

En tercer lugar, ansia de riqueza y reconocimiento. A cambio de hacerle a la gente lo que te manden, por asesino que resulte el encargo, te van volviendo rico, metiéndote dinero en cuentas de paraísos fiscales y otorgando además la opción de ir colocando a familiares y amigos en puestos donde también ellos cobren por no hacer nada.

Sentadas estas bases como las esenciales para ser presidente, decidme: ¿es o no es Pedro Sánchez el mejor que hemos tenido? Decidme quién ha poseído más capacidad de obediencia, más carencia de escrúpulos, más ansia de sí mismo.

Los que pusieron a Sánchez lo tienen muy difícil para sustituirlo. Acabarán haciéndolo, pero a regañadientes, cuando ya vean que resulta insostenible mantenerlo en el sillón. ¿Dónde van a encontrar a otro mejor? Es como tener a Marlon Brando como protagonista de tu peli y que te digan que hay que cambiarlo. Un mito. Y para otro día: Sánchez no está acabando con la democracia, sencillamente, porque aquí nunca ha habido democracia. Sánchez no es causa de nada, sino consecuencia, una consecuencia inevitable del 78.


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