San Juan

Desde hace unos cuantos años, el solsticio de verano me pilla en Alicante, donde las Hogueras de San Juan. Se encienden aquí esta noche, y supongo que si llego a viejo –no sé, no sé– esto será algo que contaré a mis nietos al fresco de las siestas, cuando ellos hayan arrojado a la basura todos los móviles y nos pidan a los ancianos que les contemos historias, deseosos de tener materia prima con la que reiniciar el mundo tras la miseria que les habremos dejado por cobardes, estúpidos y desalmados.

La noche de San Juan, digo, la de los duendes shakespearianos, corta pero intensa, y que a mí me suele tomar de la mano en Alicante para llevarme a las orillas de un mar que es una sucesión de olas en distintas lenguas, cada una de ellas sazonada con los ecos de los mitos de los fenicios, de los griegos, de los cartagineses, de los romanos, de los moros y cristianos, de los normandos, del reino de Aragón lanzándose hacia los libros de historia. Espumas blancas de la madrugada. Agua ennoblecida por la sal, que es la memoria de que Cádiz sigue existiendo en algún lugar del tiempo. Saltas siete veces sobre el oleaje, como por encima de siete amores pasados, propiciando así la buena ventura bajo las estrellas incrédulas. Te sumerges como en un nuevo bautismo anual, renovando votos con la vida. Yo no hago nada de eso. Así me va.

Las calles del casco viejo huelen a pólvora, que es un olor que lo mismo sirve para la muerte que para la fiesta, y notas que el oriundo alicantino se estremece cuando el aire se engalana de ruido, como si se estuviese firmando un pacto con los elementos.

Arderán esta noche las hogueras, esas tallas salidas de las manos de cuento de los artesanos, y sus colores, sus formas, sus historias mudas serán heredad del fuego, que con todos esos argumentos se encargará de purificar la existencia. Como si en cada hoguera se sofocase una guerra. Como si con cada lengua incandescente rompiese a hablar la esperanza. Como si la pira consumiese lo malo, que es tanto, y despejase el camino a los buenos sentimientos, en busca y captura, en peligro de extinción.

Las Hogueras de Alicante congregan a miles y miles de gentes deseosas de festejar. La alegría, entendida como arte efímero, despliega a la muchedumbre, que es la misma de siempre y en todos lados: personas que se juntan para cantar, bailar, beber y actuar como si el día de mañana no fuese posible. Puro presente. Puro verbo. Pura burla en el rostro del olvido. Al fuego, todos al fuego, que es un castillo mágico en el que habita el esplendor de las leyendas.

El oficio de escritor pasa por la observación en soledad. Llegando a la cincuentena, he sido agraciado con el don de la invisibilidad cuando paseo por estas calles y apenas soy sentido, lo cual me permite un puesto privilegiado como observador. Sólo repara en mí un tipo que veo cruzarse en los cristales de los escaparates y que, como yo, pasa callado, sabiendo que está amasando un recuerdo futuro, la extraña sombra del fuego.


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