Me piden más letras sobre la Relítica, sobre la Poligión, sobre esta nueva religión política o política religiosa –valgan todas estas redundancias–, con la que el poder pretende amasarnos, en el sentido estricto de la palabra. Según algunas versiones, el término religión proviene del latín religare, unir. Otras dicen que de relegare, releer, regresar a los textos. Para lo que hablamos, pensemos en esa acepción que señala hacia la reunión del rebaño. ¿Para qué van a reunir al rebaño los dueños del cotarro, sino para ordeñar, esquilar, cebar y sacrificar? En ello andan.
Y para tal fin, es importante crear la liturgia, una serie de actos simbólicos que tranquilicen el alma del atribulado creyente, incapaz de sobrellevar la culpa con la que ha sido cargado. Ya vimos que somos culpables, según este nuevo credo, de haber nacido. Contaminamos, somos huella de carbono, una amenaza global. Para limpiarnos de una mancha que volverá enseguida –porque se renueva, somos el mal sin interrupción– han ideado una serie de mecanismos que, en verdad, sólo sirven para mantenernos atados al sistema de creencias, para mantenernos obedientes. Esclavos.
Te descargas de culpa peregrinando a los contenedores de colores, donde puedes separar por su naturaleza el contenido de tu paso por este valle de lágrimas. Reciclar se ha convertido en un sacramento mediante el cual obtienes el perdón por unas horas. Alabado sea el contenedor amarillo, aunque ellos luego mezclen todas las basuras, aunque ellos sean los que te vendieron el plástico.
En esta línea, lo del coche eléctrico, que te dicen que no contamina porque no lleva tubo de escape. Como persona de fe, leerás el rótulo Sin emisiones y no te plantearás de dónde viene la energía con la que se mueve ese vehículo ni si la fabricación o las piezas de tal modelo hacen que el conjunto resulte más perjudicial que un diésel moderno. Y además, cuando tu coche eléctrico se deshaga en llamas, como ayer en el barrio, en Alcorcón, Madrid, con muertos incluidos, tú interpretarás que se trata de la zarza ardiente a través de la cual la deidad te habla, quizá exigiendo la vida de tu hijo.
Otro mecanismo de control con un uso de limpieza de tu conciencia: los impuestos. Hacienda somos todos, el grupo, que decíamos ayer. Purifícate dejándote robar. Es para Sanidad y Educación (ja, ja, ja…). Que tú tengas tu dinero es pecado. Que el fruto de tu esfuerzo sea para ti y los tuyos resulta egoísta. Alabado sea el Estado, que reparte panes y peces. Lo único, que el milagro llega inverso: donde tenías doce cestas llenas de panes y peces, él te deja cinco mendrugos y dos raspas. Bendito sea.
Más modos de mantenernos asidos: el odio, la separación. Odiarás al que no cree en la Relítica, al que critica a la Poligión. Ese blasfemo es el peor enemigo del planeta. Tu peor enemigo. Ódialo. Se te suministrará, creyente, un rosario de insultos prefabricados: negacionista, conspiranoico, ultraderechista, insolidario, magufo… Odiar es bueno si el odiado es malo.
Los Padres de la Relítica o Poligión te incitan a obedecer bobadas porque si obedeces lo pequeño, cómo no vas a obedecer lo grande: cuando te envíen a matar –al frente ruso o cargando contra tus vecinos que se manifiestan– o a matarte –es por tu bien, hay que bajar la curva–. Nos conocen muy bien como masa, cierto. Pero, joder, cómo los tenemos calados nosotros también a ellos. Amén.