Cuando esto pase, volveremos a juntarnos. Antes o después regresaremos del modo que sea a los bares, a ver a los amigos, a reunirnos con familiares. Y entonces, probablemente, asistamos a discusiones. Cada uno con sus opiniones, unos defendiendo la labor del actual Gobierno del PSOE y de Podemos; otros, atacándola.
Será ese mismo tipo de discusiones que ya vimos durante lo del 15M, arreciando entonces lo peor de la crisis que declararon en 2008, cuando cada mañana desayunábamos con el periódico dividido entre las noticias de los recortes y la corrupción del PP. Discusiones que seguirán el patrón de las que conocemos sobre el tema de Cataluña o sobre el robo sistemático del Partido Socialista con lo de los EREs de Andalucía.
Se trata de enfrentamientos que nos llegan inoculados desde arriba. En muchos casos, se parecen a pugnas entre distintas bandas de la mafia, asuntos que sólo les atañe a ellas pero que consiguen que lleguen a la sociedad y que finalmente alcanzan a gente de la calle, que ni cobra su sueldo de un partido político ni posee una empresa que haga negocios con la administración a través de un conocido que ocupa un despacho en un ayuntamiento, una diputación, un ministerio o la sede del propio partido.
Resulta cansado comprobar que, para muchos, esto consistirá de nuevo en un enfrentamiento entre «ellos y nosotros». Los de izquierdas y los de derechas. Los liberales y los conservadores. Cánovas y Sagasta. Rojos y azules. Qué momento, aquél en el que alguien con mucha cabeza inventó este artefacto de división y comprobó que funcionaba. Y qué país, España, en el que la semilla del odio siempre germina tan bien.
Cuando quienes mandan sienten que el desapego por los partidos políticos aleja a la gente de las urnas, inventan nuevas formaciones para que los desencantados vuelvan a identificarse con unas siglas, un grupo estético o un color. Asustados por el 15M, inventaron Podemos, para lo cual les bastó con recoger a lo más pedante y ambicioso que encontraron por los despachos de una universidad. Y así, lograron volver a conformar a varios millones de personas que habían entreabierto los ojos.
Cuando quisieron mantener vivo el voto de gente conservadora y joven que ya no soportaba la corrupción del PP, inventaron Ciudadanos. Y últimamente, muestran a VOX como nuevo personaje de este teatrillo. VOX encarna a un malo magnífico para el ideario del sistema en el que vivimos.
Pero todo es pura ficción. Estamos ante un grupo de actores que interpretan una especie de sainete. En el mejor de los casos, el sistema da con la tecla de forma brillante y consigue elegir a las gentes adecuadas, que se meten tanto en el papel que hasta se lo creen.
Más allá de esa circunstancia, lo importante es que lo crea el ciudadano. Pero un político disfrazado de pobre no es un pobre. Un político disfrazado de autónomo no es un autónomo. Un político disfrazado de autónomo pobre no es un autónomo pobre. Un político no es un votante. Uno vive de los impuestos que paga el otro.
¿Cómo saldremos de esto? ¿Qué sociedad nos vamos a encontrar? Dependerá de la cantidad de gente que despierte de la hipnosis de este sistema de partidos políticos. Dependerá de cuántos dejemos de enfrentarnos entre nosotros por discusiones que no son nuestras, que son las que se inducen desde arriba para perpetuar la enemistad. Discutamos cuanto haga falta, pero al menos que sea por motivos propios y con argumentos que surjan de nuestro entorno, no desde los despachos de quienes viven de mantenernos en este estado de odio.