La incesantes borrascas, maldita sea la sequía asintomática que padecemos, han convertido ya al presente en el marzo más lluvioso desde que la AEMET comenzó a medicarse con el discurso oficial. El relato los ha vuelto a retratar, como siempre, porque las benditas lluvias han sepultado las paparruchas agendistas debajo de un verdor que fagocita al tétrico pin de colores 2030. Eso sí, en cuanto escampe, no se preocupen, vaciarán los pantanos para que ustedes se sientan culpables por respirar. La cosa es infundir miedo, ya lo sabemos.
Pero hoy no va de eso la columna, sino de una consecuencia de tales aguas marceñas: Morante. A Morante de la Puebla, a quien tendríamos que haber visto reaparecer en Olivenza hace dos semanas, lo esperábamos hoy en la corrida aplazada. Pero las previsiones aconsejaron desistir, de modo que ayer se suspendió definitivamente el festejo, con lo cual aquí estamos, con un fin de semana inesperado, como imprevisible es la faena y hasta la vida de ese torero. Que no estamos diciendo que Morante nos obsesione, sólo que esta mañana amaneció y las nubes que pasaron barriendo desde el este parecieron una verónica lenta y armoniosa sobre la ciudad, abrochada por una media jugosa en forma de golpe de viento.
Habrá que ver cómo llenamos ahora este tiempo sin Morante, este sábado al que después de saludar habrá que bajar a ponerle un par de banderillas en forma de café en el bar de la esquina. No olvidemos entrar de cara, sin miedo, asomándose a la barra y pidiendo un puyazo de chinchón en el cafelito. Y salir de jurisdicción con sosiego, con dominio de uno mismo y de la situación. Con pureza.
Luego vendrá el resto de la mañana, que podemos iniciar escribiendo a una mano, desde el estribo, e ir saliendo a los medios del día para sujetar ahí a este sábado, al natural, sin prisas, gustándonos, pasándonos muy cerca el vértigo del tiempo sin tiempo. Escribir, leer, bajar de ronda, salir a que el perro nos saque a nosotros, matemáticas con la niña, hacer un arroz, que llueva. Y medido, sin pasarse, en tiempo. Unas páginas de Delibes, unos versos de Pessoa. Ole ahí.
Y cuando todo esté hecho, cuajado, lleno de sabor el día regalado, hacerle un final sabroso, acaso con un golpecito de vino tinto, por abajo, y saber cuadrarlo y finiquitar con una estocada certera en todo lo alto, dejándose ir hacia el arrastre del sueño.
Ya ven: uno no tiene problemas para inventarse la jornada. Lo que no sé es de dónde sale ese infundio de que me obsesiona Morante. Por cierto, el humo de aquella chimenea… ¿verdad que tiene la mismita forma del rabo que cortó en la Maestranza? Qué misterio es el ruedo del mundo.