Moby Dick

¿Qué es un clásico en literatura? Existen varias definiciones, como la que asegura que con tal término nos referimos a una obra que nunca pasa de moda. A mí no me importa demasiado la catalogación, la necesidad de etiquetar algo como clásico o no, quiero decir, pero sí que siento que se trata de un libro que de vez en cuando emerge de las profundidades de las lecturas y vuelve al corazón. Eso es recordar, en sentido estricto. Cada uno tendría un catálogo propio, por tanto. Y con clásico aludiríamos también a películas, musicas, cuadros…

La imagen del libro ascendiendo desde el olvido y haciéndosenos presente puede equipararse a la de los cachalotes subiendo a la superficie para respirar. Y uno de los clásicos que me acompañan es precisamente Moby Dick, de Herman Melville, que ayer fue avistado de nuevo desde mi cofa de lector. Por allí resoplaba, mientras yo conducía por La Mancha y otra vez volví a escuchar los golpes sobre la cubierta que indicaban la llegada coja y terrible de Ahab. De nuevo embarqué en Nantucket a bordo del Pequod, de nuevo fui el lector adolescente que se estremeció aterrado ante la llegada nocturna del arponero Queequeg. Y de nuevo escuché la voz de Ismael, el narrador. “Call me Ishmael”, comienza la novela, una frase inaugural que no deja de provocar controversia entre traductores.

El cachalote blanco, que no ballena, encarna el mal absoluto al que nos enfrentamos. O lo que nos obsesiona. Ahab vive consumido por la fijación contra el animal, al que considera una materialización de todo cuanto puede resultar odioso, y consagra su vida a la persecución y derribo de Moby Dick. Ahab muere porque ya estaba muerto de antemano, estaba incapacitado para vivir porque se hallaba preso de su resentimiento hacia el cachalote albino. Con él, arrastra a la tripulación, que no puede sustraerse a la pasión negativa del capitán. Sólo Ismael sobrevive porque sólo él había logrado evitar ser arrastrado por la demencia. Un hombre que se salva porque logra dominar su corazón en medio de la tempestad. Muchos grandes aluden a este tema, prueba de lo importante que debe de ser.

Un clásico, además, admite variadas lecturas e interpretaciones. Moby Dick supuso un fracaso en su época. Como para fiarse del criterio de cada tiempo. Además, la novela contiene numerosos apartes hablando del animal, de la historia, de su nombre en distintos idiomas… Exige un lector paciente, tan paciente como Ahab, dispuesto a embarcarse muchas horas en la altamar de la lectura. A cambio, te ofrece un retrato del alma humana y de los peligros a los que está expuesta. El peligro de la obsesión, de no saber parar a tiempo, de dejarse llevar por la insana persecución de un objetivo que no merece la pena. Ahab, inhabilitado para otra cosa que no sea el odio, no llega a la palabra Fin, y a mí siempre me ha dado la impresión de que Moby Dick le sobrevive, de que el monstruo vence. Cuidado con lo que deseamos, con lo que odiamos, con lo que nos arrebata de forma ciega. No sea que nos destruya y que nuestro final ni siquiera garantice el suyo. Llamadme Manuel.


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