O comprendemos de una vez por todas cómo funcionan o quedaremos convertidos en uno más de los que componen la masa de desorientados que en los últimos tiempos miran con ojos alucinados al vacío y repiten como autómatas que esto no hay quien lo entienda. Conviene también estar avisados durante esta inminencia de cambio de guardia en la política española, no sea que nos dé por ilusionarnos con un engaño más, el mismo, que llevan décadas repitiendo.
No habría que dedicarle ni un minuto a esto, por sabido, pero cierto es que el mensaje zombificador del sistema no cesa, por lo que es lógico que nosotros también insistamos en el mantenimiento de la cordura, la sensatez y la razón.
Hablemos de España, por acotar, pese a que los mecanismos que vamos a comentar posean un carácter global: las fronteras son para nosotros, lo mismo que todas las reglas que han inventado. Sólo para nosotros. Se trata de los cercados en que han dividido la finca, con el ganado instalado en distintos departamentos. El ganado: tú, yo, en fin.
Pero lo que nos urge en estas semanas es ver con claridad el modo que tienen de manejarse, de cara a que no nos extravíen en una cortina de humo más, como la que ya han empezado a extender. La corrupción en el régimen del 78 español no surge como algo anecdótico, esporádico o que dependa del mal hacer de tipos concretos. La corrupción es la esencia del sistema, que fue diseñado para desarticular esta sociedad, esta economía, esta población. El 78 es eficaz, pues cumple su tarea: arruinarnos, desesperanzarnos, esclavizarnos.
Ya sabemos que los que mandan escogen para políticos a quienes presentan tres condiciones: obediencia, ausencia de escrúpulos y avaricia. En este sentido, a medida que el régimen se degrada, van exigiendo que aquellos a los que aúpan a puestos de decisión se mantentan en tal línea de putrefacción moral, acorde con el contexto. El contrato que establecen es sencillo: nosotros te ponemos de alcalde, de ministro, de secretario general, de presidente, de rey, de lo que sea, a cambio de que cumplas escrupulosamente, sin preguntar y sin titubeos, todas las órdenes criminales que te vamos a dictar y que atentan contra la gente. A cambio, te ofrecemos alimento jugoso para tu ego –te permitimos creer la ilusión de que estás ahí por tu mérito– y además te dejamos enriquecerte cuanto desees robando a ese ganado al que nosotros parasitamos.
Los escogen con vicios, corruptos ya desde el origen, porque esto además les viene perfecto para, llegado el caso, hacerlos caer. Los de arriba atesoran un preciso catálogo de los pecados de sus encargadillos, de cara a poder desactivarlos cuando sea necesario. Y es necesario, que sepamos, en dos casos: o bien cuando el personaje delira en la creencia de que posee poder de verdad y empieza a actuar por su cuenta y a desobedecer, o bien cuando se necesita limpiar superficialmente el asunto para que una mayoría cretina y suficiente crea que los problemas eran puntuales y que ya han sido solucionados. En el colmo del cinismo, han llegado a proclamar ufanos que la proliferación de corruptos y su hallazgo son señales de buen funcionamiento, pues evidencia que se detectan las anomalías y se las corrige. Pero es mentira, como todo cuanto dicen: los políticos no se corrompen sucumbiendo a tentación alguna, sino que son escogidos ya culpables para garantizar que esto continúe. Lo siento, pero así operan los mecanismos del poder. Hala, a votar.