Anoche había ganas de tirarlo por lo metafísico. El bar sabe que estamos en Semana Santa y, aunque los parroquianos no son de misa diaria ni de salir a alumbrar a los santos, a mí me parece que están un poco fatigados de los mismos temas, así que en cuanto se topan con un filón, con un asunto nuevo, lo roen con urgencia. Lo cierto es que pillaron repaso todas las confesiones. Se habló mucho contra las altas instancias de las jerarquías religiosas, se intentó dar una explicación psicológica a las curaciones sorprendentes en lugares de poder, y la cosa, no sé cómo, acabó en un debate acerca de los campos electromagnéticos. Sí, la tertulia en torno a un vino posee esa asombrosa capacidad de salir por los cerros de Úbeda.
Pero antes de ese desembocar en la física, como digo, estuvo la metafísica. Podemos decir que fuimos de lo general a lo particular, como buenos bebedores deductivos.
Uno de los contertulios lanzó una duda que pretendía ser la avivadora de la charla. La cuestión se centraba en el hecho de que muchos devotos de imágenes –él aludió al Cristo de los Faroles, no sé por qué– se pasan meses y meses deseando que llegue el día de la procesión. Algunos de ellos incluso como participantes y organizadores, tarea que puede ocupar un año entero de desvelos y actividad.
¿Cómo es posible, preguntaba este senador de taberna, que si Dios sabe que para esta gente es tan importante poder salir luego permita que les llueva y se les fastidie todo? ¿No se plantean, continuaba, que a lo mejor es que Dios les está queriendo decir que no quiere que lo saquen? Ojo, que la duda no se establecía en si las peticiones a la estabilidad meteorológica se estén lanzando al vacío, sino a la posibilidad de que el creyente pueda no estar comprendiendo un mensaje, una indirecta, de la deidad. A continuación, alguien puso el ejemplo de un templo construido en un volcán, que al parecer acabó sepultado en una erupción recientemente, no sé dónde. Pero nadie consiguió responder al planteamiento inicial, a pesar de que el interviniente reformuló su enunciado. Gente de Madrid, de Palencia, de La Coruña, de Salamanca, de Toledo, de Irán, de Andalucía, todos intentando hablar de lo que no sabemos.
No se alcanzó conclusión alguna respecto a las intenciones divinas para con nosotros. Pero el coloquio se desarrolló con interés y también con un tono más respetuoso que el habitual, cuando la cosa gira en torno a la política, que ahí se me acaloran mucho. Y aunque lo teológico no consiguió mantenerse como tema principal durante demasiado tiempo, sí que alcanzamos varios logros: no se habló de Trump, nadie preguntó por el fútbol y nos guarecimos de un viento frío que bajaba de la sierra confundiendo a los calendarios. Feliz Navidad, saludó uno con guasa. Y no era para menos.
Hoy llega la diáspora y se disuelve hasta la semana que viene el sanedrín. Pero no me digáis que no tiene punto que esta charla se produzca a diario. Parece un hilo de X, pero en persona. Un libro digital en papel, podríamos decir.