Mar

A manece tan rápido. Te levantas a otear el horizonte y en apenas unos minutos, antes de que suba el café, la negrura ha dado paso a una luz sin sol que anticipa claridades. Cada vez que ves el mar vuelves a tener quince años, regresas a la mañana aquella en que lo viste por primera vez y pensaste que no era para tanto, quizá porque lo llevabas viendo toda tu vida en el cine y en la tele. Pero aquellos que vivieron con ojos inocentes, sin sucedáneos audiovisuales, qué impacto no recibirían. Recuerdo que mi primer Mediterráneo llegó a conmover a uno de esos familiares postizos y gañanes que vinieron para irse a raíz de no sé qué boda, y que incluso un tipo tan aparentemente superficial miró aquel mar y dijo: «No me extraña que se inspiren los poetas». Y en aquella extrañeza del salvaje sin palabras yo comprendí, tan niño, que conmueve e inspira, en efecto, lo grande, lo hondo, lo inexplicado, lo intenso, lo repentino.

Me gusta contemplar las distintas incidencias de la luz sobre la superficie del mar, creando zonas diferenciadas, un mapa de variedades blanquecinas y azules por el que perderse a fantasear. Porque los mapas se quedan mudos si no les añades historias, personajes, tramas, vidas. Quizá por eso ando dándole a la tecla en una novela en la que un tipo se lanza a recorrer un mundo extraño para topografiarlo. Qué otra cosa hacemos nosotros, si no, en el día a día: abrirnos paso por la espesura del tiempo, sin guías, desconocedores de lo que vamos a encontrar detrás de la pared rocosa de la siguiente hora, temiendo desprendimientos desde las alturas y anhelando oasis donde refrescarnos del desierto que transitamos. Dicen que debemos de desasirnos de miedos y de deseos, lo sé, pero uno mira al mar, mientras todos duermen, hasta el sol, y tiene muy complicado no lanzar la imaginación al abordaje.

El mar, decimos los de interior. La mar, los nacidos en la costa. El olor a sal, las fatigas del pescador, las playas como almohadas para fatigados, el rizo de las olas por peinar. Simbad y Ulises, valga la redundancia. La Hispaniola, el Pequod, el Faraón, vivir con alma de náufrago, bucear en la memoria.

Hoy dejé varado en mal puerto los temas de la actualidad. Qué más actualidad que esa masa acuosa y su idilio con las montañas. Que esperen los asesinos, que hoy vinieron las sirenas para cantarme estas líneas. Que aguarden los esclavistas, que hemos de alzar un castillo de arena y un camino de huellas descalzas sobre las humedades. Dónde van de vacaciones los que viven en el mar.

No era para tanto, pensé de niño. Pero ahora, tantos años cotizados más tarde, sé lo equivocado que estuve. Era para más. Era para mar. El sol proclama el inicio de las labores; está saliendo ahora mismo, ahora, en este preciso instante. Que sea él el punto y final luminoso que exige esta columna. Y que os sea propicia la jornada, marineros.


Publicado

en

por

Etiquetas: