Lo que llaman «nueva normalidad» es como la vieja, pero sin que los poderosos disimulen su carácter dictatorial.
Quienes todavía no se hayan dado cuenta de que estamos ante un intento de la élite por esclavizar a la población por completo probablemente no tengan ya remedio. El que a estas alturas no lo haya visto es porque cierra los ojos y los mantiene bien apretados frente a la realidad.
Puede que se nieguen a mirar por miedo, por desconocimiento, por alguna deficiencia… o por una mezcla de todo esto.
Diversas personas me preguntan qué estoy haciendo en estos tiempos. Y creo que mi respuesta está muy clara: estoy concentrado en no ceder a esa parte de mí que pide que el rebaño caiga.
Me refiero a los demás. Los que te miran mal cuando vas por la calle respirando con normalidad. Los que achican los ojos al juzgarte como libre y enrojecen por el odio al comprobar que tú no compartes el miedo que a ellos los atenaza. Los que siguen con su guerra civil entre izquierdas, derechas y el resto de memeces inventadas para someter a la masa. Los que siguen obsesionados con que nos enfrentamos a un problema sanitario, cuando éste no es más que una excusa para el control social.
Una parte de mí desea que toda esta gente desaparezca. Porque son parte del enemigo. Como ocurre en las películas de zombis, cuando tus amigos, compañeros o familiares se convierten en muertos vivientes que ya no te reconocen y van a morderte, a exterminarte.
¿En qué ando? Pues en esforzarme a diario y constantemente por no desear que alguien o algo acabe con esos zombis. Lucho sin cuartel contra los deseos que nacen en mí respecto a esa vecindad mansa, asustada y totalitaria.
No es que piense que quede esperanza para muchos de ellos. Es que si cedo al impulso de desear su final, entonces estoy yo mismo convirtiéndome en eso que la élite desea: un soldado más del bando del odio.
Pero os aseguro algo, amigos: me cuesta mucho, muchísimo. Cada día más. Oooommmmmmm…