León XIV

A la Iglesia católica lleva tantos siglos en pie, en gran medida, por el buen uso de la liturgia, de lo visual, de la escenografía. Huele a incienso en la confesión, mientras se alzan imágenes espectaculares y se etiqueta todo con grandes palabras, probablemente en mayúsculas. Las conversaciones previas al cónclave se denominan congregaciones, y no contentos con eso, las reuniones que se van manteniendo de forma discreta en restaurantes o domicilios de trabajadores vaticanos se conocen como murmuraciones. Los asistentes son los murmurados, en un juego de palabras que alude a los purpurados, por la púrpura de la que se hallan teñidos los cardenales.

Así, el balcón desde el que se anuncia la llegada del nuevo papa y desde donde después éste hace su primera aparición pertenece a la Logia de las Bendiciones. Asoma el resto de cardenales a los otros balcones, y en sus rostros reconocemos la seriedad inspirada por la solemnidad del momento, o la sonrisa que acompaña la alegría, e incluso el alivio, después de que la responsabilidad papal pasase de largo sobre sus nombres.

Ayer todos esperaban un papa oriental y temían uno negro, no se fueran a cumplir los vaticinios findelmundistas de turno. Sin embargo, salió el primer papa estadounidense, y muchos vieron en el meme de Trump un anticipo de este hecho. Los opinólogos se apresuraban ayer a mirar la wikipedia y a leer los tuits de Mar Mounier para salir del paso y fingir que sabían. Algunas frases oídas incurrieron en el ridículo, a mi juicio, ya que aún no había pronunciado sus primeras palabras el nuevo pontífice y ya estaban ellos asegurando que su elección suponía una continuidad respecto a lo dejado por Francisco, como si supieran algo de lo hecho por él. Como si supieran algo de algo.

Quienes esperaban un papa mayor, oriental, negro o de entre los cuatro nombres que se barajaban como más probables han vuelto a errar. Una opinóloga tuvo el cuajo de afirmar, sin despeinarse, que ella sí había acertado, puesto que auguró por la mañana que la elección resultaría sorprendente. No sé qué premio esperaría por tal hazaña.

A la Iglesia del Cordero, en fin, le ha surgido un León. Un León XIV. Y un león es Cristo, como bien entendió C.S. Lewis. Dicen que su cara recuerda a la de Juan Pablo II. A mí el nombre me ha gustado, porque enlaza con el siglo XIX y dota al asunto de un aire histórico muy acorde con los decisivos tiempos que hemos elegido vivir.

Algunas voces llegaron a decir estos días que lo único que esperaban del papa nuevo era que fuese católico, o cristiano, incluso, lo cual da la medida de hasta qué punto se ha hecho política desde el Vaticano en los últimos tiempos. Como casi siempre, por otra parte. Pero política hacia un lado, con una postura determinada a favor de una facción del circo muy concreta.

El sucesor de Pedro es, también y de forma simultánea, un actor mundial, un gobernante de secretos, un pastor acechado por las hienas, un líder espiritual, un mediador imposible, un dique frente a los escándalos, un creador de doctrina, un navegante en las tinieblas, una rémora de los siglos, un emperador a destiempo, un administrador de fortunas, un custodio de Miguel Ángel y Rafael.

No sabemos por qué han elegido a este hombre, y puede que no lo sepamos nunca, como dicen aquí del apagado/apagón. Pero hemos sumado un nombre más a la lista de papas que hemos conocido. Y eso nos hace… un papa más viejos.


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