La sangre

Ahí andan, en México, intentando que no se toree. Suponemos que las eminencias al mando saben bien lo que hacen y no están tomando decisiones para ocultar otros asuntos. Si uno fuese mal pensado…

Pero es que la sangre, ¿sabe? Sí, la sangre resulta escandalosa, lengua de fuego llamativa, poderosa y obsesivamente atrayente. Porque posee carácter sacro. Es el líquido de la vida, tal y como se ha sabido o dicho o escrito desde siempre.

«Me sale agua roja», dijo mi hija al verse su primera herida. Y aquella deliciosa metáfora que había creado la niña que apenas empezaba a hablar ya contenía todas las verdades. Para eso sirven las metáforas, para decir la verdad a la cara de manera irreprochable. Una metáfora es una caricia que golpea, un puño certero de suavidades. La sangre es agua, sí, en gran medida, pero algo más. Amén de que el agua también es líquido sagrado, esencia vital, en el rojo sanguíneo se añade un temblor de semilla, un misterio oculto, una lumbre en la que palpitan las voces de los ancestros susurrándonos sus historias. El llamado de la sangre, se dice. La sangre de Lorca, el duende.

Pero la sangre y México. Sangre derramada actualmente con ligereza y con profusión. Sangre que antes se derramaba aztecamente, a dioses sedientos de humores de niño, sin los cuales negaban la lluvia, que es la sangre transparente de los cielos. Aquellos dioses dejaron de recibir su cuota de sacrificios humanos y el español de México empezó a torear. Ahora, la Agenda 2030 y el globalismo de la plutocracia al mando del cortijo sostienen que se escandalizan por la sangre del toro en la plaza. Pero si uno fuese mal pensado…

Porque nadie cuestiona que se puedan tener sensaciones contrarias a la tauromaquia. Sin esa libertad de pensamiento, uno mismo sería el primer antitaurino. Pero las eminencias mexicanas actuales no son antitaurinas. Cuando se empeñan en tratar a los animales como a humanos —benditos sean los animales, por otra parte—, lo que realmente pretenden es tratar a los humanos como a animales. Los humanos somos usted y yo, hermano mexicano, mi cuate, el rebaño que ellos consideran. Y verá, nuestras sangres, nuestras aguas rojas, ésas nada les importa derramarlas, tal y como ya habrá comprobado desde 2020, por mucha distracción que usted padezca. Que yo diría todas estas cosas sólo en el caso de ser mal pensado, claro está.


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