La noticia

Una noticia tiene que ser actual, veraz y relevante. Tal cosa repetían los profesores, los manuales, los empollones que nunca pisaron la cafetería de la Facultad. Es decir, una noticia, para ser considerada así, tiene que contener actualidad –venir del momento, estar fresca–, ha de llevar un eco de la verdad y debe reflejar un contenido de enjundia, no una bobada para rellenar espacio. Actualidad, verdad, importancia.

Bien, vayamos por partes. Quizá lo de actualidad sea lo único que se mantenga en pie, pero con una precisión: ha sido sustituida por la inmediatez. Algo que ocurrió hace tres horas ya parece viejo. Esto está hecho a propósito, como es lógico, y el objetivo es la desinformación, que no haya manera de digerir todos los datos que nos van lanzando. “Te veo muy informado”, me dicen algunos. Claro, como que no me informo: estoy a salvo de ese bombardeo continuo, excesivo y pernicioso. Sólo por lo comentarios de la gente del bar infiero las nuevas alarmas con las que intentan asustar al personal.

Segundo: la veracidad. ¿He escuchado una risa allí al fondo? ¿Cuánto hace que no encontráis una noticia que no incurra en la mentira? Los medios no dicen la verdad ni equivocándose. Hasta hace cuatro o cinco años, quizá habría admitido que se dudase. Pero, ¿hoy en día? ¿Quién puede negarse a ver que los medios de comunicación son una correa de transmisión del poder y que mienten por defecto? Pedirle una verdad a un medio es como esperar de la cafetera que haga la fotosíntesis. Y sinceramente, creo que, a estas alturas, aunque lo intentaran, no les saldría. Igual de estéril sería pedirle a un político que no mintiese. Cómo no va a hacerlo, si es su trabajo.

Y tercero: la noticia, para ser tal, debe constituir un contenido importante. No sé si esto precisa comentario. Más allá de titulares que no señalan más que a tontadas, hagamos la prueba de leer un periódico de hace quince años, más o menos, o de escuchar una entrevista de entonces a cualquier persona relevante, sea en radio o en televisión. Asombra comprobar cómo los temas de los que se ocupan resultan vacuos, se han disuelto, ya no existen, a pesar de que entonces los vendían como un fin del mundo. No es que hayan perdido actualidad o vigencia: es que no son importantes porque nunca lo fueron.

Luego no existen las noticias. Sin más. Sólo padecemos un bombardeo continuo de titulares vacíos encaminados a distraer de lo verdaderamente importante. Y esto pese al buen propósito de muchos de dentro, que quizá hasta sumen una mayoría.

Y añadían los próceres que nos mostraban el camino: la misión del periodista es la de informar, formar y entretener. Informar ya hemos visto que no. Lo de formar incurre en la soberbia y hasta la petulancia, diría. ¿Cómo va a formar quien está para que lo sienten a él en el pupitre de preescolar y empiecen a enseñarle lo más básico? Y lo de entretener repito que yo lo sustituiría por distraer. Hay que estar acostumbrado, zombificado, para mantenerse más de medio minuto delante de una pantalla. Es curioso, pero la gente que no soporta el sonido de una tele suele hallarse en paz consigo misma.

¿Cuál sería la única noticia entonces? Busquemos algo que contenga actualidad, importancia y verdad. Helo aquí: El mundo está gobernado por criminales. Pero esa noticia, acaso la única de todos los tiempos, nunca abrirá los informativos, nunca será portada. Entonces, ¿cómo mantenernos al tanto? Eso… Bueno, Conan, eso ya es otra historia.


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