Recuerdo otras primaveras como la actual: a punto de nacer, daba una tregua al invierno para que éste hiciese de las suyas. Se parece eso al ya inusual respeto del joven hacia el viejo: el jovencito, en atención a la avanzada edad del otro, le permite alardear de antiguas batallas, probablemente inventadas, o le acepta consejos, muchos de ellos inútiles o hasta contraproducentes. Queda la ternura, por fortuna.
Desde luego, en las noticias dirán que no, que todo lo que está ocurriendo es nuevo, catastrófico, y que además tienes tú la culpa, amigo, por respirar. Pero aparte de esos delirios lanzados desde el poder para pastorear al rebaño de incautos y creyentes en el sistema, lo cierto es que ahí tenemos la nieve, señora de las alturas, página en blanco de los paisajes. Ayer, en el bar de abajo, se produjo un conato de excursión a la nieve, aprovechando el domingo por la tarde. La nieve, como el futuro, está muy bien vista desde lo ideal, pero luego hay que poner las cadenas al coche, subir a la sierra, aparcar, abrirse paso, sentir el frío como un dolor y, total, ¿para qué? Los paisajes inmaculados dan bien en el cine, en los cuentos o en los documentales, pero en la realidad la nieve se ensucia con mucha rapidez y ese folio en blanco que auguraba hermosos versos se impregna enseguida de tachones, de un tono grisáceo oscuro que habla de la rápida degradación de todo, como una ley física que indicase que las cosas van a peor se ponga Newton como se ponga. No es posible hacer muñecos de nieve que luchen contra la entropía. Pero sí se puede ahorrar uno el malrato, como ocurrió ayer en el bar, donde al final todo se diluyó en palabrería: después de comer, cada mochuelo a su olivo, muy a gusto en el sillón de lectura, que para eso no se necesitan cadenas.
Ahí están, la nieve y el futuro, como dos espejismos inalcanzables y con marcada tendencia a la decepción. «Lo que iba a ser, la mierda que ha sido», dice Sabina cuando ya se ha puesto triste y se ha dado cuenta del tiempo y de Hacienda. «El futuro, blanco e inmaculado, no era como esperábamos, sino como temíamos», algo así recuerda a menudo mi amigo Enric Rufas, que sabe de qué va esto porque es dramaturgo y siempre le ve los hilos y las costuras a la cosa. Así que ahí lo tenéis: el futuro era esto: un lunes más, lluvioso y frío en el que los muñecos somos nosotros, no los de la nieve. Al lío.