La mentira

La tele miente, sin cesar, sin posibilidad ya de decir una verdad ni aunque se lo propusiera. Cuando digo tele digo medios de comunicación, que ya sabemos que son propiedad del poder –no es que los haya comprado, es que son suyos–. Pero, ¿cómo miente? ¿Cuáles son las estrategias concretas para inocular el miedo, el odio y la mentira en la sociedad, a conveniencia de quienes mandan, de quienes realmente mandan?

La primera y más importante manera de mentir es la de la selección de lo que se dice y lo que se calla. «Vamos con las noticias», anuncian, como si lo que se va a dar a continuación fuese lo que realmente ha ocurrido, y no otra cosa. «Abrimos ya una ventana a la actualidad». No, amigos, es una ventana a su actualidad, a una selección muy concreta de hechos que configuran un modo de ver el mundo y que sólo pretende modelar la cabeza y el corazón del espectador. Cualquiera de nosotros posee una actualidad distinta, un sinfín de noticias, de acontecimientos importantes que nada tienen que ver con lo que ellos cuentan. En este punto, una pregunta lógica es por qué entonces todos hablan de lo mismo. ¿No es esto prueba de que sí, de que la selección de noticias es conforme debe ser? No. Hablan todos de lo mismo porque todos pertenecen al mismo amo, y la coincidencia en cuanto a los temas sólo tiene una razón: la obediencia. Reciben órdenes y las llevan a cabo, nada más. Lo estamos viendo con el asunto del belicismo. Los que mandan sobre los que mandan en la UE deciden que el negocio de la guerra les puede venir bien para seguir robando y machacando a la sufrida población. De manera automática, todos los medios empiezan a hablar de servicios militares, de armas, de búnkeres… Es ridículo cuando se ve desde fuera. Uno viene del campo, de la verdadera noticia, que es la primavera, y se los encuentra en el bar parloteando bobadas, empapados de la mentira oficial, y siente el choque que supone llegar fresco a un lugar en el que todos van de sustancias hasta las cejas. Están hasta arriba de miedo, de odio y de mentira, claro, las sustancias que el poder inocula. Y con gente tan pasada, comprenderéis que no hay nada que comentar, que compartir.

En segundo lugar, está la mentira en sentido estricto. Por ejemplo, cuando sostienen que una encuesta dice no sé qué, pues ya sabemos que la encuesta es inventada, y que sólo se afirma tal cosa para crear la sensación de que una postura u opinión es mayoritaria, de que los demás piensan así, y presionar al telecreyente, que suele mostrarse bovinamente gregario, a pensar igual. Las encuestas electorales, además, a mi juicio, contribuyen a la mentira de hacer creer que cuentan los votos. Finura.

Y podríamos añadir más mentiras, como la escenificación: expertos, testimonios, gente supuestamente escogida al azar y que en realidad son actores. Como los políticos.

«¿Dijiste media verdad? Dirán que mientes dos veces si dices la otra mitad», acierta Machado. Y es que la verdad, contra lo que se decía en la serie, no está ahí fuera, sino aquí dentro, en el corazón. Cuidad que en sus latidos no se introduzca el son de la mentira de esta gente.


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