La huida

Quizá nunca ha habido tanta gente deseando largarse. Al menos, si consideramos esta parte del mundo en la que vivimos, sobre todo en las ciudades. En poco más de un mes, en Madrid hemos tenido tres semanas con días festivos en medio: en Semana Santa, para el 1 de mayo y para San Isidro, el 15. Y en cada una de esas ocasiones, largas filas de prófugos se han apresurado en las carreteras camino a sus escapes. Porque es lo que se está haciendo: escapar, huir, salir por patas, de naja. Conozco a algunas personas que pasan más tiempo ya en la segunda residencia que en la primera, desafiando las leyes de la aritmética.

Ayer, en la presentación de Sherlock Holmes y el misterio de las voces húngaras se repartieron unas postales y se invitó a los asistentes, que fueron participantes, a que dibujasen la portada del libro al que les gustaría viajar, igual que hace el protagonista, Antonio Blanco. Y todos, sin excepción, emplearon el superpoder recién adquirido para huir. Miqui se largó a la isla de Robinson Crusoe, en el colmo de la búsqueda de la soledad. Juan Carlos se me anticipó rumbo a la isla del tesoro, aunque se pensó si adentrarse en el centro de la Tierra de Verne. Julia se marchó a paisajes idílicos e imponentes junto a los mohicanos, y en su caso dibujó dos figuras, en una velada alusión a la pareja también como escape, porque es romántica, aún cree posible el amor. Miguel puso proa a Ítaca, que es una huida a un pasado que quizá ya no exista. María José, a una librería, en un arrebato de intimismo. Natalia no se atrevió a dibujar, pero apostó por incursionar en Dumas para ayudar a Edmundo Dantés con sus planes de venganza. Sandra dibujó un magnífico hobbit, un Frodo de mirada fuerte y melancólica, que tampoco sabía adónde dirigirse. Hasta Javier Baonza, el editor de Ediciones Evohé, quiso escapar de la propia personalidad proponiendo el cambio de papeles entre Hyde y Jekyll.

En gran medida, lo que estamos haciendo los lectores es huir. Largarnos de aquí. Y abrimos el libro como el que le pega un portazo a la realidad. Y si huimos, si consideramos un paraíso aquel lugar donde no estamos, es porque el que ocupamos nos desagrada, nos incomoda y hasta nos asquea. Es lógico que un creciente porcentaje de personas sienta que aquí no se encaja. ¿Pero quién va a encajar en esto? ¿Habéis visto la degradación moral, social y económica a la que nos han sometido? En España, concretamente, la cuestión se encuentra en fase terminal, no hay más que ver la vileza del sistema político. Pero parece que es algo extendido por muchos lugares, no sólo en este pudridero en el que han convertido lo ibérico.

Nos estamos queriendo ir. Estamos incómodos. Hablo en líneas generales. ¿Anhelamos el paso de las ciudades hacia los campos? ¿Lo que pretendemos, en fin, es huir de los trabajos, de la vecindad, del matrimonio, de la responsabilidad, de las reuniones de padres en el colegio, del hastío, del cansancio vital, de la muerte, de nosotros mismos? No lo sé. Sólo digo que flota en el ambiente la sensación de que habitamos una suerte de Alcatraz y que, aunque nos abrieran las puertas de la cárcel, quizá no sabríamos cómo escapar. Huiríamos, sí, pero adónde. Por eso leemos, por eso nos vamos en cuanto podemos a esa playa, a ese río, a esa soledad. ¿Llegaremos?


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