El Gobierno anuncia que a partir del lunes 27 de abril los niños podrán regresar a las calles. En un primer momento, sostiene que será para acompañar a uno de los progenitores en las visitas al banco, el supermercado, la farmacia… Y después, al caer la noche, rectifica y dice que también podrá hacerse para dar un paseo.
¿Qué ha ocurrido para que en apenas unas horas varíen de opinión? De entrada, estamos ante algo inusual. El refrán asegura que rectificar es de sabios, pero lo cierto es que no se suele ver a un gobernante que reconozca haberse equivocado. Da la sensación de que los que mandan creen que la rectificación es señal de debilidad, como si quien enmienda su acción estuviese admitiendo un error de base. Sostenella y no enmedalla, según la expresión del castellano antiguo.
Qué extraño entonces. Cómo es que un gobierno rectifica. Pues quizá es porque el vaso está lleno y temen que cualquier gota lo desborde. El vaso se ha llenado con la evidencia de que los que ahora ocupan el poder en el Gobierno de España actuaron tarde, tardísimo, desoyendo los múltiples avisos que llegaban, como poco, desde enero. El vaso se ha llenado con un número de fallecidos que supera toda comparación con otros países, incluso aunque nos limitemos a las mediciones intencionadamente a la baja del Ministerio de Sanidad. El vaso se ha llenado con las recomendaciones fallidas de supuestos expertos que van cambiando las indicaciones según pasan los días.
El vaso se ha llenado con la lentitud e ineficacia exhibidas a la hora de conseguir material sanitario, con la falta de empatía y de cuidado protegiendo a un personal médico que es enviado a la trinchera de la enfermedad con las manos vacías, con la dureza empleada para con los mayores a los que se ha ido dejando morir sin poder atenderlos, con las contradicciones internas de un gabinete en el que habita la desmesura de veintidós ministros.
El vaso se ha llenado quedando el presidente desnudo al haber demostrado que preocupa más el control mediático y de las redes sociales que la propia pandemia. El vaso se ha llenado por tener que ir a rastras al Congreso, intentando evitar los pocos sistemas de control que aquí se imponen al que gobierna. El vaso se ha llenado, y no poco, ante la ola de pobreza que como un ciclón ya arrolla a los parados y a los dueños de los negocios que han de cerrar. El vaso queda rebosante, en fin, por la mirada hacia un futuro inmediato más negro que algunas pinturas de Goya.
Y como parece que en el recipiente no cabe ya una gota más, cualquier eventualidad causa el desbordamiento. Pudo ser ayer, al negarse a que los niños diesen un paseo, y por eso rectificaron rápido -entendiendo que para este Gobierno un lapso de tiempo de cinco horas supone un ejercicio de rapidez-.
Pero el vaso sigue lleno. La gota que lo colme podrá consistir en un detalle que, en otro contexto, no tendría mayor importancia. Un paseo de niños. Una denuncia colectiva. Una cacería de elefantes en Botsuana… Cualquier anécdota que acabe por dar la puntilla a una situación que hace mucho que se fue de las manos. Quizá, es posible, no sé, que el Gobierno sea consciente de todo esto, y por eso ayer corrieron a tapar la última vía de agua. Lo malo es que el hundimiento, el naufragio, no es sólo gubernamental. El Titanic que se hunde es el país entero, y no sólo el capitán y los suyos, desbordados e incapaces.